Curriculo,  Pedagogía

Buenas razones para no cambiar

Yo había faltado justo a la clase en la que el profesor iba a dar las indicaciones para la monografía final. Esa misma noche, uno de mis compañeros me dictó por teléfono las cinco preguntas en las que se basaría el trabajo. Grande fue mi sorpresa cuando, semanas después, mi profesor nos devolvió las monografías corregidas, habiendo colocado en la mía, al lado de un bello 18, estas inolvidables palabras: lo felicito por su originalidad. Como no me sentía seguro de merecer ese adjetivo, hice algunas averiguaciones y pude descubrir lo insólito: era el único de la clase que había hecho un trabajo en base a preguntas completamente distintas a las que se entregó a los demás. Por fortuna las respondí bien, pero al cabo de tantos años, pienso en mi ex amigo y sigo sin explicarme la razón de su canallada.

La confusión, qué duda cabe, es un buen motivo por el cual una persona termina haciendo una cosa por otra. Pero no es la única razón. El currículo escolar, por ejemplo, pide al profesor que forme estudiantes competentes en el lenguaje escrito, las matemáticas, las ciencias, el arte y el desarrollo personal. Es decir, que los ayude a ser capaces de actuar en esos ámbitos de manera eficaz, haciendo uso creativo de conocimientos y habilidades específicas para cumplir determinados objetivos, crear ciertos productos o inventar soluciones a problemas concretos. Le pide, además, que les permita aprender a hacerlo de manera reflexiva y crítica, en colaboración con sus compañeros, con ética y confiando mucho en sí mismos.

Uno podría preguntarse entonces ¿Por qué el profesor insiste tercamente en enseñarles conocimientos teóricos sobre el lenguaje escrito, las matemáticas, las ciencias, el arte, el desarrollo personal, en la intención que aprenda a repetirlos, incluso literalmente? ¿Por qué sigue prefiriendo hacerlos trabajar individualmente y no en grupos? ¿Por qué sigue esforzándose, con cada vez menos éxito, en hacer que su buen comportamiento consista básicamente en obedecer sus órdenes?

Una razón, en efecto, puede ser la confusión. Ha pasado más de una década desde que el currículo dejó de estar centrado en objetivos y contenidos disciplinares, pero sigue sin traslucir con claridad qué es lo distinto que le pide al profesor que enseñe. Más allá del lenguaje abstracto o ambiguo en que pueda estar formulada, hay algo en la propuesta misma que la vuelve poco inteligible para el maestro.

Quizás se deba –y esta es una segunda razón- a que las demandas curriculares colisionan con creencias muy arraigadas en la cultura docente. Si yo estoy convencido de que aprender es repetir, la creatividad o el pensamiento crítico del muchacho me sobran y hasta me estorban. Si creo que la conducta moral consiste en acatar normas ¿Para qué perder tiempo en formarles un juicio moral autónomo?

Otra razón es que enseñar todo eso demanda al profesor habilidades que no siempre posee. Por ejemplo, formar grupos. Como los estudiantes no tienen hábito de trabajar en colaboración, en los grupos surgen conflictos o no se centran en la tarea. Si el profesor no sabe conducirlos pedagógicamente hacia su conversión en equipos productivos y autónomos, se impacienta y los deshace.

Digamos que si no lo entiendo, no lo apruebo o no lo sé, no lo hago. Que el docente responda entonces a las demandas curriculares implica no una simple actualización didáctica o teórica, como ha supuesto hasta hoy la política educativa. Exige nuevas capacidades pedagógicas y, sobre todo, buenas razones. Es decir, nuevos consensos sobre el significado, el valor y la necesidad de estos aprendizajes.

Luis Guerrero Ortiz
El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Fotografía (c) ariadna/ www.flickr.com
Lima, 09 de octubre de 2009

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

2 Comments

  • IEP Mater Purissima

    Hola, lo vengo siguiendo buen tiempo y no solo a Ud. son varias las personas que tienen el mismo concepto del maestro y de la escuela actual y realmente me confunde porque no entiendo de que maestros o escuela hablamos porque generalizar algo, cuando las causas de los problemas educativos pueden estar en otro lugar
    Veamos, yo Azucena del Aguila,maestra por vocación, 1er puesto en el coelgio, formada en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, hace ya más de 30 años, he ejercido mi carrera en diferentes niveles educativos, desde inicial a superior, en diferentes niveles sociales y económicos, en diferentes instituciones, real experiencia por el contacto con numerosos colegas y proyectos educativos institucionales y yo no he visto en todos estos años, la escuela ni el maestro del cual habla, la gente con la que he ejercido mi profesión al igual que yo, nos hemos preocupado por desarrollar habilidades intelectuales y tecnológicas, que le sirvan al alumnos para hacer frente a la vida, el memorismo nunca fue parte de nuestro ejercicio, si, la formación en valores y la moral, con una preeocupación constante por la innovación, con responsabilidad en el ejercicio de una profesión; que había algún docente que lo era por casualidad de la vida o porque fue mediocre en una carrera que dejó, o que pensó que ser docente implicaba menos esfuerzo, o simplemente carente de vocación, que los había, si los había, pero no eran tantos como para generalizar

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    luisguerrero

    Querida Azucena, ante todo muchas gracias por leer mis artículos y por dejarme un comentario. No tengo duda de que hay en nuestro sistema educativo un circuito de instituciones donde se mueven maestros como tu, interesados por la innovación y su continuo desarrollo profesional, que han dejado atrás la frontalidad, el memorismo y la repetición en su práctica pedagógica. Soy amigo de muchos de ellos y su trabajo, siempre tan creativo, es para mí una fuente de inspiración constante y un gran motivo de esperanza. Debo decirte, al mismo tiempo, que no es el caso de la gran mayoría. Eso que tu llamas "generalización" no es una especulación ni una suposición pesimista, es un dato de la investigación. Por mi trabajo profesional, me he movido por muchos años en todos los circuitos del sistema, en todas las regiones del país, y aunque siempre me he tropezado por fortuna con docentes como tu y en los lugares más insospechados, he podido comprobar con preocupación lo que diversos estudios han demostrado hasta el cansancio: la mayoría de escuelas sigue estacionada en enfoques y prácticas característicos de la primera mitad del siglo XX. La sociología considera que las escuelas se encuentran entre las instituciones más conservadoras de la sociedad contemporánea, por su tenaz resistencia al cambio. Trabajo por que esto cambie y tengo confianza en que los maestros peruanos pueden transitar hacia un estadio superior de la docencia si la política educativa les da las oportunidades adecuadas, pero precisamente por eso, discuto las soluciones fáciles que suponen que una actualización teórica o didáctica basta para superar una concepción de docencia que hunde raíces en el siglo XIX. La trayectoria personal que describes es admirable, pero no la puedes generalizar. Te guste o no, formas parte de una minoría ejemplar, que tiene todas las condiciones para liderar una indispensable revolución pedagógica en las escuelas peruanas.

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