Rocío empezó a trabajar en esa escuela el año pasado y desde entonces no le ha ido del todo bien. Ocurre que es política de la dirección que todos los profesores traten con gentileza y respeto a sus alumnos, que se esfuercen por conocer cada vez mejor a cada uno y que les demuestren mucha confianza en sus posibilidades de rendir bien y superarse a sí mismos. Pero eso no es todo, la directora le ha dicho a Rocío que el éxito en los aprendizajes de sus alumnos es su responsabilidad, por lo que no debe permitir que fracase ninguno, debiendo mostrar mucho respeto y flexibilidad con los procesos de cada uno y también mucha sensibilidad con sus emociones. Todo esto le resulta extraño y la ha puesto nerviosa, pues su experiencia y sus hábitos, luego de varios años de ejercer la docencia, caminan en otra dirección.
Rocío cree, por ejemplo, que la amabilidad debe merecerse y no le brota ser gentil con los alumnos cuya conducta le provoca continuos disgustos. Por otro lado, hay 28 estudiantes en la clase y dice no tener tiempo para estar averiguando detalles de su vida, su historia o su temperamento. Tampoco lo cree necesario, pues no sabe en qué podría usar esa información, dado que sea quien sea cada uno, todos tienen que esforzarse por igual para aprender lo mismo. Le parece descabellado, así mismo, que le pidan que confíe de manera indiscriminada en las capacidades de sus estudiantes para aprender, como si la directora no supiese que unos son más hábiles y aplicados que otros ¿Cómo podría esperar de Rosita lo mismo que de Felipe?
Ahora bien, lo que supera todos los límites es que la directora le endose la responsabilidad por los aprendizajes ¿Qué tengo yo que ver con eso? piensa Rocío ¿Cómo puedo asegurar que Matías y Josefa, que se distraen a cada rato, no cumplen con las tareas que les dejo y ni siquiera tienen en casa la autoridad de un padre, terminen bien el año y pasen de grado? ¿De cuándo acá el profesor tiene ahora que suplir la falta de preocupación de las madres por sus hijos? Es por esto que a Rocío le parece también una fantasía el pedido de la directora de estar atenta a los procesos de cada niño, como si ella fuera la profesora particular de cada uno, como si sólo tuviera cinco muchachos en el salón, como si se pudiera retrasar e incumplir con la programación de clases por tener que prestar atención a los problemas de cada chico.
La directora le ha dicho además que demuestre sensibilidad con las emociones de sus alumnos, en el entendido que un niño angustiado, aburrido, molesto o ansioso no puede aprender bien. Rocío siempre ha creído que la responsabilidad de un estudiante es prestar atención a la clase y guardarse su euforia o su fastidio para el patio de recreo y que sus demás problemas afectivos los debe resolver su mamá o un psicólogo, no la maestra. ¿Ahora ella debe hacerse cargo de eso también?
Rocío tiene dos dificultades: en primer lugar, no encuentra razonable el tipo de desempeño que le demandan en la escuela, desafía su sentido común y si acaso hubiese buenos motivos para hacer eso, nadie se los ha explicado. En segundo lugar, actuar de ese modo no le es fácil, prestar atención a las necesidades de cada quién o a las diferencias de sensibilidad y responder a ellas de un modo distinto, por ejemplo, no es lo que aprendió a hacer en la universidad en la que estudió la carrera y ninguno de sus formadores actuó así con ella ¿Cómo se hace eso sin perder la brújula, el tiempo o la paciencia?
El caso de Rocío nos demuestra que elevar el nivel de desempeño de los maestros en base a criterios claros, uno de los grandes retos del nuevo periodo gubernamental en el Perú, requiere políticas cuidadosas que den cuenta explícita de sus motivaciones y sentidos, que se propongan construir acuerdos muy amplios sobre su necesidad y que replanteen el carácter de la actual oferta de formación docente en servicio. Hay que dar a los maestros oportunidades de acceder a niveles superiores de competencia profesional a fin de que puedan renovar su práctica, no su habilidad para resolver una prueba escrita.
Esto exige basar la formación en criterios de buen desempeño y trascender el eterno dilema de «o la didáctica o la teoría» en el que siguen atrapadas oscilantemente las políticas de formación docente en el país. Es que si maestros como Rocío no se vuelven protagonistas convencidos del cambio cualitativo de su propio desempeño profesional, no habrá política docente capaz de mover al conjunto del magisterio de la única manera de ser maestro que le da seguridad, aunque no le otorgue eficacia.
Luis Guerrero Ortiz
Publicado en El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Fotografía © Officenet/ www.flickr.com
Lima, viernes 24 de junio 2011
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2 Comments
Isabel
Entre la teoría y la práctica, estamos acostumbrados a "bajar las teorías al aula" y no a vivirlas como parte medular de nuestro actuar educativo.
Muy interesante el artículo.
alanalvarez
CADA MAESTRO dependiendo de su verdadera vocación gusta por amar a sus estudiantes y conocerlos más aprofunidad ,lo contrario a ello es que no nació para ser maestro