Relatos

Dice que no hay

Aprender sin pensar es inútil. Pensar sin aprender, peligroso.
Confucio (551 AC-478 AC)

Nos detuvimos a almorzar en un modesto restaurante, de los pocos que se observan en ciertos tramos de la carretera que une la ciudad del Cusco con Abancay. Faltaba un buen trecho para llegar a nuestro destino y el hambre no podía esperar. Estaba vacío, pero atendían. Subimos por unas escaleras estrechas hasta el segundo piso y nos instalamos en una mesa junto a la ventana, para vigilar la camioneta. Al instante subió un niño de unos 10 años a entregarnos la carta, una hoja bond escrita por ambos lados, forrada con un Vinifan gastado y manchado por el uso. La lista de platos era larga. Cada quién eligió uno y el pequeño mozo bajó con los tres encargos.

Los temas de conversación sobraban. Hablamos un buen rato de nosotros, del camino, del frío, del proyecto que nos llevaba hasta Apurímac, y así pasaron no menos de 40 minutos. Y no llegaba el almuerzo. Estábamos a punto de bajar para averiguar qué pasaba cuando vimos regresar al niño. Tenía nuevamente la carta en la mano. La puso sobre la mesa y nos dijo con tranquilidad que los platos que elegimos no había. Le preguntamos por qué demoro tanto en avisarnos. No había más comensales. El niño solo nos miraba. Nos resignamos y elegimos otras opciones.

Reanudamos nuestra charla. Por fortuna, las actividades iniciaban al día siguiente. En Abancay solo nos esperaba el hotel y un buen descanso. Media hora después, con un hambre cada vez más insoportable, nos volvimos a preguntar qué tanto podía demorar preparar tres platos simples. Entonces vimos regresar al niño por segunda vez. No traía nada en las manos, salvo la carta. ¿Qué pasó?, le preguntamos. Esos platos tampoco hay, nos dijo sin inmutarse. Estábamos desconcertados. Y obviamente molestos.

Le dijimos al niño que pregunte a la cocina qué platos de esta carta sí había, para no seguir perdiendo el tiempo de esa manera. El niño se va. Al cabo de un buen rato regresa, pone la carta nuevamente sobre la mesa y nos señala una sola opción: bistec encebollado con arroz. Sólo eso hay. Uno de mis compañeros le reclama: ¿Por qué no nos dijiste eso desde el principio? Si sólo tenías un plato, ¿para qué nos diste toda la carta? El niño lo mira sorprendido. Yo entendí su silencio. ¿Cómo no iba a entregar la carta? Eso es lo que se hace cada vez que llega un cliente. Esa es la instrucción que debe haber recibido. Que no haya nada de lo que allí se ofrece no es su problema.

¿Por qué no hay los demás platos?, le preguntamos. ¿No hay los ingredientes? El niño nos mira y luego responde: es que el cocinero no está. Nos miramos sorprendidos y le preguntamos entonces cómo nos iba a traer el bistec encebollado. Es que solo está el ayudante de cocina y eso es lo único que sabe preparar, nos respondió.

Pensé entonces en qué escuela estaría estudiando este niño. Recordé que, en varias escuelas que había visitado, los profesores saben que sus alumnos aún no leen ni escriben a pesar de su edad, pero aplica el programa que corresponde al grado, así nadie lo entienda. Escuelas donde los maestros saben que hay niños que no tienen en casa ninguna facilidad para estudiar, pero a la hora de evaluarlos son medidos con la misma vara que los niños que cuentan con todas las ventajas. Recordé las escuelas que se distribuyen a lo largo del río Ene, donde niños Ashánincas reciben clases en castellano o en quechua de profesores que les enseñan con normalidad a pesar de saber que no les entienden nada.

El bistec encebollado llegó luego de un rato. Lo comimos con tanta desesperación que no sabríamos explicar si estaba bueno. Luego nos subimos a la camioneta. Me fue difícil dejar de pensar durante el resto del camino en el niño del restaurante, en el futuro que tal vez imaginaba para sí mismo, si acaso imaginaba alguno, seis años después, cuando termine el colegio. Claro, si lo acaba. Y si acabarlo, en verdad, haría alguna diferencia.

Lima, junio 2022

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

One Comment

  • Roxana Rebaza Mazuelos

    Extraordinario, nos recuerda como se imparte la educación a lo largo y ancho de país, eso ocurre a la fecha. Como, con que estrategias, saldremos de esto para dar paso a una educación más justa teniendo presente los niveles y condiciones en cada lugar, como hacemos para que una curricula no sea tan amplia y que se enseñe menor por año pero que todos aprendan bien y no unos y otros no. Necesitamos una educación más justa, donde el aprendizaje del estudiante esté por encima de todo.

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