No hubiera podido hacerlo por sí mismo, eso lo tenía claro. La cantidad de papeles que debía leer, llenar y firmar lo tenían atormentado y estuvo a punto de desistir más de una vez. Además, ¿qué iba a hacer allá solo? No es que la idea le disgustara. Todos sus profesores le habían dicho que tenía los méritos académicos suficientes para hacer un posgrado. Solo que nunca estuvo en su cabeza hacerlo fuera del país. La noticia de su aceptación y de la beca lo dejaron más desconcertado que alegre. Sí, le asustaba cambiar de mundo de una manera tan drástica.
Antonio jamás había vivido en un lugar diferente a Yanahuara, su pueblo natal. El Valle Sagrado de los Incas había sido su hábitat por veintidós años. Su infancia la había vivido entre la chacra y los carneros de su familia, el punto más lejano y alto de modernidad al que había accedido en su vida había sido la Universidad San Antonio Abad del Cusco. Pero ahora estaba en una especie de palacio de arquitectura entre gótica y romántica, plagado de arcos, torres, patios y jardines impresionantes que lo trasladaban cuando menos al siglo XIV europeo. La Universidad de Barcelona era un sueño al que jamás habría podido meterse sin la presión y sin la ayuda de su primo Enrique, que había estudiado allá y había vuelto a Cusco hacía un año.
Tenía apenas un mes en la ciudad y no había desperdiciado el tiempo para recorrerla. La Sagrada Familia, esa imponente catedral de Antonio Gaudí, el Parque Güell, el Paseo de Gracia, por supuesto, la famosa Rambla o el Mercado de San José, lo había dejado boquiabierto. Había hecho amigos de distintas nacionalidades en la residencia universitaria y juntos habían emprendido la aventura de descubrir Barcelona. Beth, una muchacha catalana que iba a su mismo posgrado en Coaching y Liderazgo Personal se había vuelto de pronto su mejor amiga y confidente. Ella estaba fascinada con las historias de Antonio sobre su pueblo y su ciudad natal, él estaba fascinado con ella y en especial con su actitud tan libre, espontánea y alegre. Un restaurante llamado Ciudad Condal se volvió su lugar favorito. Estaba cerca de la universidad y, según Beth, se podía disfrutar las mejores tapas del mundo.
—¿Volverás para navidad?
—No lo creo, el pasaje cuesta como mil dólares
—Es decir, te ausentarás los dos años…
—Sí, me encantaría volver por fiestas, pero prefiero ahorrar
—Escribirás al menos… ¿o me llamarás?
Catherine era su compañera de trabajo en Las Casitas del Arco Iris, un hotel encantador de arquitectura andina rodeado de cerros y árboles ubicado en el mismo Urubamba. Ni bien se licenció en psicología entró a trabajar allí a tiempo completo. No eran pareja, pero se estaban acercando más hasta el momento en que le llegó la noticia de la beca. Ese fue otro motivo que perturbó a Antonio, pero el asunto era irreversible. Él le mandó un correo al llegar, ella le respondió de inmediato y allí se suspendió la comunicación. Ahora sus ojos estaban enganchados en los de Beth y no sabía qué podría decirle a Catherine.
El día amaneció templado, como suele estarlo en octubre. Antonio apenas tomó un café, ya comería algo llegando a la universidad. Le pasó la voz Beth y tomaron juntos el metro en la estación Can Cuiàs. La línea 11 los llevaría hasta la estación de Zona Universitaria. Durante el trayecto, él se puso nostálgico. Extrañaba su pueblo, la sombra de los eucaliptos, el sonido cadencioso del río Vilcanota, la leche fresca recién ordeñada, sus quesos, su casa, la voz enérgica de su madre arriando a sus carneritos, las majaderías de sus hermanos menores.
—No et preocupis. Tornaràs i tot seguirà al seu lloc
—¿Qué dices Beth?
—Que no te preocupes, que volverás y todo seguirá en su lugar.
Él no hablaba catalán, pero ella le sonrió y se animó a decirle tres palabras, solo tres palabras que le salieron del corazón.
—Qankunawan kutimuyta suyachkani
—¿Qué has dicho?, dijo Beth.
Antonio no quiso traducirle. En quechua, le había dicho «espero volver contigo». Qué miedo. El muchacho se estaba enamorando y no sabía a dónde lo llevaría ese sentimiento. Aquí las reglas eran otras. Beth tenía amigos y tenía encantado a más de uno. Esto del amor libre o el poliamor era una ecuación extraña para él.
—Anda, explícame que me has dicho, ¿qué idioma es ese?
¿Debía hacerlo? Sabía que era muy pronto. Un arrebato de sinceridad como ese podía costarle caro si no tenía eco, pero ignoraba las reglas de la posmodernidad y aún no podía dimensionar los riesgos de una insinuación prematura. Fue entonces que el tren se sacudió con violencia y un estruendo feroz que casi revienta sus tímpanos apagó la luz por completo. Cuando Beth recuperó la conciencia y se incorporó, alcanzó a ver a Antonio en una camilla y a unos bomberos metiéndolo en una ambulancia.
En medio de vagones volcados y retorcidos, un rescatista le dijo que un tren que venía desde la estación de Penitents colisionó con el suyo antes de que pueda partir. Eran más de treinta las personas heridas que estaban siendo trasladadas a diferentes hospitales de Barcelona. Imposible saber dónde llevaron a Antonio.
Lima, 28 de marzo de 2023
Impactos: 77
One Comment
Fany Sonia Denos Manrique
Excelente reflexión del cuento
Así mismo felicito todo el aporte de Luis Guerrero, hay mucho por aprender.
Gracias por aportar a la educación.
Bendiciones.
Y el cuento ESPERO VOLVERTE A VER
muy bonito