Políticas

La danza de la lluvia

Muchos se han preguntado porqué y para qué se suele actuar así y, sin embargo, la suma de todas las respuestas conocidas sólo ha producido una inmensa confusión conceptual, que no ha ayudado a definir convincentemente semejante acción. No se percibe que ningún móvil lógico o biológico explica su intensidad y que es precisamente en esa intensidad donde reside su esencia. No puede definirse desde lo racional, es un comportamiento que no puede determinarse por completo ni lógica ni biológicamente, permanece extrañamente afuera de todas las demás formas mentales que podamos reconocer. Una de sus características primordiales es que constituye una acción encerrada en sí misma, que se realiza dentro de determinados límites de tiempo y espacio, creando mundos temporales dentro del mundo habitual. Estos mundos efímeros sirven para la ejecución de una acción que se consuma en sí misma, que agota su curso y su sentido dentro de sí misma.

Las ideas que acabo de exponer de manera sucinta no me pertenecen ni representan un intento por explicar el frecuente (sin) sentido de las políticas educativas. Fueron planteadas a inicios del siglo XX por un filósofo holandés llamado Johan Huizinga para tratar de entender el significado del juego, más precisamente de la intrínseca necesidad de jugar, como una de las claves de la condición humana. Huizinga sostenía que al juego se le había atribuido una serie de finalidades pero que, en realidad, en el más estricto de los sentidos, no tenía ninguna. Es decir, desde sus orígenes el llamado homo sapiens, al igual que otras categorías de seres vivos, ha jugado siempre y ha jugado porque sí, por el simple placer que le producía realizar una determinada acción. No le importaba su resultado ni lo motiva un propósito útil. Si acaso servía colateralmente para algo distinto al goce de la acción, la preocupación por alcanzar semejante fin estaba ausente de su comportamiento.

Es curioso cómo regresan a mi mente estas ideas de Huizinga, brillantemente desarrolladas en un libro publicado en 1938, su famoso «Homo Ludens». Es que el disparador no ha sido ningún debate reciente sobre el lugar del juego en la vida de los niños o de los seres humanos en general, esos que sosteníamos con fervor idealista a fines de los años 80 con entrañables colegas. En verdad, ocurrió mientras leía en el Diario El Peruano, vocero oficial de las autoridades gubernamentales en el país, una nota periodística sobre un manual para padres recientemente publicado por el Ministerio de Educación del Perú. La publicación está dirigida a las familias de los siete millones de escolares que estudian en el sistema público y busca alcanzarles la información que necesitan para hacer un mejor seguimiento al proceso de aprendizaje de sus hijos.

Debo confesar que la lectura de esta nota me ha conmovido mucho, no tanto por lo que dice en sentido estricto sino por el profundo significado ritual que representan en conjunto sus mensajes y sus énfasis. Ciertamente, no es la primera vez que esta ritualidad se manifiesta en una medida de política del sector, pero esta vez me he detenido unos minutos a pensar hasta qué punto hemos sido concientes de su trascendencia para el análisis y el debate de las políticas educativas.

Veamos. La aludida nota explica el contenido del manual, el tiempo que demandó a los especialistas confeccionarlo, el dinero que se ha invertido en su publicación, el tiraje de esta primera edición, su número de páginas, su radio de distribución y, por supuesto, los beneficios que podría aportar a los niños tener padres mejor informados sobre sus aprendizajes escolares. Tratándose de un Diario Oficial, es de esperarse que estos aspectos no hayan sido privilegiados por ocurrencia del periodista sino por expresa indicación de las autoridades respectivas.

En ese sentido, es significativo que la nota no de cuenta de objetivos específicos a lograrse en la calidad de la participación de los padres en la vida escolar de sus hijos ni de cómo se piensa hacer progresivamente estas comprobaciones. Tampoco habla de plazos para obtener estos anhelados cambios ni de la forma de afrontar los diversos tipos de barreras que han impedido a los padres involucrarse más en el aprendizaje de sus hijos, en los muy diversos contextos socioeconómicos y culturales del país. Es el caso, por ejemplo, de la saturación de tiempo que producen muchas veces sus actividades laborales y domésticas, en las que, por lo demás, suelen ser enrolados sus propios hijos. Para no mencionar los bajos niveles educativos que caracterizan comúnmente a muchas familias, justamente aquellas cuyos hijos necesitarían apoyo y acompañamiento con mayor apremio. Esta sola limitación impediría a los padres comprender a cabalidad las demandas del currículo y ofrecer el apoyo que se espera. Pero si acaso se ha previsto alguna estrategia al respecto, no se menciona en la nota.

El reportaje tampoco recoge declaraciones de las autoridades respecto del tipo de agentes que van a promover y orientar el uso del manual en las familias, ni de cómo se les va a preparar para esa misión, ni quiénes van a darles la formación que requieren, ni cómo se va a verificar que estén cumpliendo su tarea de manera satisfactoria. Sólo dice que se emitirán mensajes explicativos en distintos idiomas y dialectos a través de un programa radial del propio Ministerio que se propala en las más de 200 oficinas de gestión educativa local que hay en el país. No explica si las familias serán convocadas a esos lugares a escuchar el programa cada vez que se emita o si alguien de allí tendrá el rol de registrarlos para darles uso como parte de una estrategia promocional preconcebida.

Pero es aquí cuando me vienen las palabras del holandés y me llevan a preguntarme: ¿Es que todas estas previsiones, que a mí me resultan elementales para darle sentido y confiabilidad a una decisión de política, son igualmente esenciales para la autoridad? Quiero decir ¿Le suenan tan lógicas, valiosas y necesarias como a mí, pero las desecha adrede por negligencia? Como no puedo aceptar que así sea, me lo voy plantear de otra forma: ¿Importa realmente el ‘para qué’ de este manual? Si así fuera, la lógica aconsejaría extremar el celo sobre las condiciones que asegurarían el resultado que se anhela conseguir. Como eso no se observa, todo me lleva a pensar que el valor de la medida se agota en sí misma y el sólo hecho de haber producido y distribuido un manual, portador de intenciones que todos compartimos y cuyos méritos técnicos no estoy discutiendo, bastan como motivo de sincero gozo y auténtica celebración. Es decir, la felicidad no estaría en llegar tanto como en mantenerse caminando siempre. Casi como Ítaca, en el poema de Kavafis.

¿Será que quienes así piensan y actúan desde el poder están honestamente convencidos de que el Estado peruano no está en condiciones de llegar más lejos, aunque no puedan admitirlo en público para no causar una desilusión colectiva? ¿Será entonces que la política educativa en el Perú es sólo una botella al mar y que el arribo a su destino es sólo una posibilidad entre otras? ¿Será que los resultados no debieran ser una preocupación para nadie pues el impacto de las decisiones de política está en manos del azar y por tanto fuera del alcance del control humano? ¿Será que el objetivo de cualquier medida en educación, como el manual para padres, representa solamente un anhelo, un deseo, una esperanza, antes que una promesa, un propósito, un compromiso?

A partir de los trabajos de Julián Rotter, psicólogo norteamericano, en la pasada década del 60, la psicología empezó a denominar «locus de control» a aquel rasgo de personalidad que induce a las personas a sentirse o no en capacidad de controlar y por lo tanto de responsabilizarse por las situaciones que afrontan. Así, una persona que posee un locus de control «interno» es la que percibe que los acontecimientos de su vida, sean buenos o malos, están relacionados a sus propias acciones, por lo que los siente de un modo u otro bajo su control personal. Una persona, en cambio, con un locus de control «externo» percibe que tales acontecimientos nunca tienen que ver con ella, por lo que no se siente en capacidad de controlarlos ni con responsabilidad por su ocurrencia. Me pregunto entonces si la continua exposición al ambiente agobiante y enmarañado que representa muchas veces la administración pública, termina provocando en las personas el surgimiento de este segundo rasgo en su manera de concebir la política pública y de relacionarse con ella.

Si así fuera, comprendería por qué provocan incomodad las preguntas alrededor del ‘para qué’ de las acciones de gobierno, por qué las autoridades reaccionan invitándonos más bien a celebrar el presente, a permanecer evangélicamente despreocupados por las consecuencias a futuro de lo que hoy se hace, a no perder la fe, a confiar con optimismo en que todo saldrá bien. Y, a la vez, por qué no se desvelan por crear las condiciones que aseguren los resultados deseados o acaso por revelar las previsiones adoptadas. Así, medidas como la distribución de textos escolares, la evaluación periódica del rendimiento escolar, las acciones de formación docente y ahora el manual para padres, son hechos que, parafraseando a Huizinga, merecerían celebración y gozo por el sólo hecho de haberse podido realizar, muchas veces contra viento y marea, a costa de un gran esfuerzo y con una gran dosis de entusiasmo. Por eso la pregunta por las consecuencias de esas acciones y por las condiciones que aseguren el efecto buscado, se percibe como un exceso irritante, un prurito académico, una falta de realismo o simples ganas de molestar.

Dije que la nota periodística que motivó esta reflexión me había sensibilizado y quiero explicarme. El concepto de política pública como acciones convergentes expresamente dirigidas al cumplimiento de un objetivo común, pertenece a un tipo de racionalidad ajeno a la cultura política hoy vigente en el sector estatal. Aquella cree que puede construirse el futuro y que podemos organizarnos para conseguirlo. En cambio, la racionalidad pragmática que suele explicar e informar las decisiones de la autoridad educativa, cualquiera sea el Ministro o el gobierno de turno, es de otra naturaleza. Esta cree que lo único que está bajo control es el presente, por lo que no vale la pena desgastarse en tratar de asegurar un determinado futuro, basta con augurarlo. La ventaja de la primera racionalidad es que se incrementa el margen de posibilidad de obtener el resultado buscado. La ventaja de la segunda es que, si tal resultado no se produce, la explicación que atribuye el fracaso a la intervención de fuerzas externas va a estar bastante a la mano.

Desde que Tomás Moro escribió su célebre «Utopía» en 1516, todo el debate acerca de las posibilidades que tenemos los seres humanos para ser forjadores o no de nuestro propio destino ha apuntado a valorar el papel de la voluntad y la acción humana en la construcción de la historia, por encima del azar y la providencia. Pero sospecho que no se trata simplemente de llegar a un acuerdo respecto de dónde hay que poner la fe. Lo que hay que discutir es hasta qué punto es posible o no reformar las estructuras del Estado y sus sistemas de gestión, en particular las del sector público de educación, para hacer posible políticas que en verdad aseguren resultados. Si llegamos a la conclusión que sí se puede, hay que ponerse a trabajar de otra manera. Pero si concluimos que no y que deberíamos limitarnos con realismo a disfrutar y celebrar los esfuerzos, todavía nos quedaría la opción de danzar.

Luis Guerrero Ortiz
El río de Parménides
Fotografía © Al Sango (Circo del Sol: Danza de la lluvia)/ www.flickr.com
Lima, 10 de Agosto de 2008

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

3 Comments

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    luisguerrero

    la entrega de insumos a las escuelas y en general cualquier medida de política representa muchas veces una danza ritual, se danza vistosamente y se invoca a los dioses rogándoles que satisfagan nuestros anhelos, pero si eso no ocurre diremos que fueron los dioses los que no quisieron favorecernos, pero que al menos hicimos el esfuerzo… porque se prefiere solo danzar? pues porque el sistema de gestión esta hecho sólo para danzar, no para prolongar sus esfuerzos hasta las últimas consecuencias, suelen decir que eso es muy difícil, casi imposible, que peor es nada y que pedir mas en no conocer la realidad del aparato estatal, por eso se tiende a pensar el accountability como una responsabilidad del operador pero no del gestor ni del administrador ni del formulador ni del decisor… yo también me cuento entre los que se cansaron de danzar, no es que no se pueda ir más lejos, creo que no se sabe cómo reacomodar las cosas para poder hacerlo o no se quiere mover nada de su lugar para evitarse dificultades o para no hacer más largo el camino

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