Pedagogía

Pienso, luego aprendo

Sucedió hace mucho. La hija de una querida amiga, por entonces con tres años de edad, resbaló en medio de sus animados juegos y se golpeó la cabeza con el caño de agua que sobresalía discretamente a un costado del jardín, en medio de la hierba. No fue grave, pero hubo un pequeño corte y la sangre brotó sin misericordia. Aplacados los llantos, contenida la hemorragia y ya limpia la herida, su mamá le dice en tono festivo mientras la peinaba, «te hiciste un huequito en la cabeza». La niña se quedó en silencio unos instantes y de pronto volteó a preguntarle con ojos de intriga, señalando con su índice diminuto el lugar de la herida: «¿Y se me ve el pensamiento?».

Qué difícil explicarle a una niña de tres años que un agujero en la cabeza no basta para hacer visible el pensamiento de la gente, quizás no porque no se pueda sino porque suele ser tan esquivo y escaso que no se deja ver así nomás. «Pensar es el trabajo más difícil que existe y quizá esa sea la razón por la que haya tan pocas personas que lo practiquen» decía Henry Ford. Será por eso que saber pensar surge en los años noventa como una de las mayores demandas de aprendizaje que se le plantea a la educación y que los currículos escolares terminan recogiendo, no sin entusiasmo pero, en verdad, con escaso oficio en la materia.

Ocurre que pensar nunca fue requisito de nada en las escuelas. Según sus conocidas y aún vigentes reglas de juego, aprobar un examen no requiere entender ni siquiera suscribir las ideas del profesor o del autor de un texto escolar. Basta recordarlas. La enorme dificultad del sistema para elevar el índice de lectura comprensiva tiene que ver con esto: comprender supone pensar y eso es algo que no hace falta allí donde lo único importante es repetir e imitar. Luego, pensar es algo que no se practica cuando se aprende el lenguaje escrito, la historia, las ciencias o las matemáticas, pues la comprensión no hace falta para ser promovido de grado.

En este sombrío panorama, brilla la opción de Colombia por la educación sistemática del pensamiento científico de sus niños. El primer paso que se proponen es que aprendan, según las posibilidades de cada edad, a construir explicaciones y predicciones, por lo tanto, a interpretar escritos científicos, a describir y analizar situaciones cotidianas o novedosas, identificando y relacionando sus aspectos principales y elaborando hipótesis explicativas, sabiendo argumentarlas y contrastarlas. El segundo paso es hacer experimentación, aprender a planearla, a usar instrumentos de medición, a obtener evidencias, a interpretar y evaluar la información recogida. El tercer paso es comunicar ideas científicas, es decir, aprender a presentar de manera oral y escrita sus análisis, resultados, explicaciones o predicciones. Estos tres ejes orientarán, admirablemente, toda la formación escolar colombiana, desde el preescolar hasta la secundaria.

Claro, saber el método científico es trascendente pero no resuelve todos los desafíos del aprender a pensar. Para Edward De Bono, pensar es la capacidad de mirar las situaciones sin transitar siempre por los mismos patrones establecidos, advirtiendo más de una posibilidad de respuesta y atreviéndose a elegir caminos no rutinarios. Edgar Morin, el sabio francés, diría que hace falta además mirarlas desde la perspectiva no de una sino de varias disciplinas, pues la complejidad de la realidad lo requiere, pero también a convivir con la incertidumbre, ya que la razón humana no puede predecirlo todo. La pregunta que me surge es si este aprendizaje hoy forma parte de los programas oficiales de formación docente.

Luis Guerrero Ortiz
El río de Parménides
Publicado y difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Fotografía © Claudio Núñez /www.flickr.com
Lima, viernes 20 de 2009

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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