Néstor, bibliotecólogo de profesión, era una de esas personas que se había especializado en el arte de caer parado en cualquier circunstancia. Él, por ejemplo, detestaba al gobierno y cuando se reunía con sus compañeros de juerga no perdía ocasión para burlarse de las últimas declaraciones del presidente. Pero su novia era sobrina de un ministro y cada vez que la visitaba convenía con su familia en la buena gestión que estaba teniendo el gabinete. La discriminación en las discotecas de su distrito le parecía abominable pues debido a su tez morena había sido víctima de ella en más de una ocasión. No obstante, cuando se juntaba con los más caucásicos de sus primos a tomar cerveza, la opinión mayoritaria era a favor de esas medidas, entonces convenía con ellos que los parroquianos tenían derecho a proteger su tranquilidad evitando a personas de mal aspecto.
El primer lunes de marzo, Néstor se enteró al llegar a su oficina que su director había renunciado y que el doctor Vásquez, un antiguo y destacado profesor del instituto, asumía temporalmente el cargo. A sus 38 años, Néstor se había vuelto un experto en jefes, así que el cambio no lo inquietaba demasiado. Durante el tiempo que estemos aquí, me gustaría que esta biblioteca se acerque más a los usuarios, les dijo Vásquez al ser presentado. Tenemos muy buenos libros, pero no hay que esperar a que los estudiantes vengan y los descubran, hay que acercárselos y convencerlos de que las respuestas a todas sus necesidades están allí.
Lo que el nuevo jefe estaba proponiendo suponía un cambio importante en los hábitos y rutinas de esa área. Suponía salir de su encierro e ir al encuentro de los alumnos del instituto con actividades promocionales. Es decir, hacer catálogos atractivos, descripciones provocadoras basadas en los intereses propios de esa edad y, en general, una promoción activa e inteligente de todo el material de lectura allí acumulado. Al personal no le hizo mucha gracia esta noticia, pues les suponía más trabajo. En corrillos, empezaron muy pronto a quejarse de las pretensiones del director, empezando por Néstor, que no tenía reparos en ridiculizarlo, tachándolo de ignorante con afanes de notoriedad.
Dos días después del anuncio, Néstor y otros dos compañeros de trabajo, coordinadores como él, fueron convocados por Vásquez para preguntarles si se sentían en capacidad de ser los impulsores de la nueva política. Claro que sí señor director, se apresuró Néstor a responder, cuente conmigo. Y fue así, para sorpresa de sus compañeros, que se convirtió en el principal auspiciador de los cambios que había venido cuestionando. Cuando sus compañeros le reprocharon su actitud, él los tranquilizó diciéndoles que no se ericen, que a los jefes hay que seguirles la cuerda, que este director era sólo un ave de paso y que cuando al fin se largue, todos regresarían a sus antiguas rutinas.
Al cuarto mes, en efecto, el reemplazo de Vásquez por fin llegó. Gutiérrez, el nuevo director, un hombre maduro y de pelo entrecano, tampoco era bibliotecólogo, pero sí muy allegado a los dueños de la institución. Enterado que Néstor había sido el principal activista del director encargado, lo mandó llamar. Quiero que me explique varias cosas, le dijo. Me informan, por ejemplo, que ahora se adquieren 5 libros de cada título y que ya no se acepta cualquier donación. Dígame, ¿no cree que 8 ejemplares sería mejor? Además, ¿cuál es el problema con las donaciones?
Néstor atribuyó toda la responsabilidad a Vásquez y cuando empezó a mencionar la promoción de lectura con intención de criticarla, Gutiérrez se le adelanta: ¡eso de la promoción de lectura me gusta! Es más, debiéramos hacerla no sólo dentro del instituto sino también afuera, entre los jóvenes del vecindario, ¿no le parece? Claro señor director, muy buena idea, respondió Néstor. ¿Me puede preparar un proyecto al respecto? Por supuesto doctor Gutiérrez, deme una semana.
Cuando lo enviaban a foros especializados donde la opinión mayoritaria era crítica respecto del tradicional estilo burocrático de las bibliotecas estudiantiles, Néstor asentía y decía que eso tenía que cambiar. Al regresar a su oficina, no dejaba de hacer comentarios sarcásticos entre sus compañeros sobre esas críticas y los nuevos enfoques. Cuando Gutiérrez le hacía pedidos algo extravagantes —debido a su desconocimiento del oficio— que involucraban a los directores de otras áreas del instituto, éstos le explicaban a Néstor que lo solicitado era inviable. Entonces Néstor les daba la razón. Pero, de regreso a su área se burlaba de ellos con sus compañeros y le informaba a su director que los demás directores se negaban a colaborar, recomendándole que los reporte a la Dirección General.
Néstor avanzaba a paso muy lento el proyecto promocional encomendado por su jefe, en la intención de disuadirlo después pretextando un sinnúmero de dificultades. Que hay un problema con las normas, que hay limitaciones de presupuesto, que las demás áreas no colaboran, pero que está haciendo todo lo posible. Para eso había delegado en sus compañeros la elaboración de las distintas partes del proyecto, de ese modo, él solo tendría que juntarlas al final.
Don Néstor, este informe que debía entregarle hoy viernes, ¿se lo puedo dar el lunes? Es que he tenido inconvenientes para reunir todos los datos que me pidió, recién me los están enviando y ya van a ser las seis. No hay problema Katy, entrégamelo el lunes, pero a primera hora. Ese mismo viernes, Néstor enviaba al director una comunicación donde dejaba constancia del incumplimiento de Katy y la responsabilizaba de las consecuencias. Este tipo de situaciones le venían a pelo, pues le iban a permitir decir después que no había proyecto porque el personal no estaba ayudando.
Al cumpleaños de Cinthya, la bibliotecóloga más antigua del instituto, acudió Arriola, el Director Académico. Cinthya era tía de su esposa. Durante la segunda ronda de pisco sours y luego de amenas charlas sobre todo y nada, salió el tema del instituto. Ese Néstor es una persona muy simpática, siempre tan gentil, le dijo Arriola. ¿Sí? No me digas, le respondió ella. El Néstor que yo conozco es un malcriado, tosco e intransigente. No puede ser, sonrió Arriola, él siempre ha sido muy amable conmigo y tiene ideas innovadoras ¿Amable Néstor? ¿Innovador?, rio Cinthya. No te equivoques. Con nosotros se porta como un cacique. Y eso que es sólo un coordinador. Además, es un cavernario.
Arriola no se quiso quedar con ese clavo y acordó con Gutiérrez, de quien era muy amigo, convocar a este sinuoso personaje y ponerlo a prueba. El día pactado, en los mullidos muebles de cuero negro de la amplísima oficina de Gutiérrez, Néstor se sorprendió de encontrar sentados, además de Gutiérrez, su actual jefe, nada menos que a Vásquez, su anterior director y también a Arriola. Siéntese por favor Néstor le dijo el Director de la Biblioteca, ¿se sirve un wiski? Lo hemos convocado porque estamos considerando la posibilidad de ascenderlo, pero necesitamos que nos aclare algunas ideas.
Gutiérrez se aflojó la corbata, tomó un sorbo de wiski, puso el vaso sobre la mesa y le dijo: usted sabe que estoy muy interesado en mantener e incluso ampliar la línea de promoción de lectura que abrió el doctor Vásquez con tanto acierto, usted me dijo que estaba de acuerdo, ¿verdad? Néstor asintió con mucho énfasis. Yo en cambio he estado dudando de si esa iniciativa mía ha sido oportuna, intervino Vásquez. Creo que el personal no está preparado y esto les demandaría más de lo que está en condiciones de ofrecer, ¿no lo ve así Néstor? Tres pares de ojos se depositaron de inmediato sobre el susodicho, quien hizo un largo silencio para meditar bien su respuesta.
Entonces apuró su trago y se reafirmó en que la promoción de lectura era importantísima, pero que si se podía preparar y ofrecer mejoras al personal para que puedan asumir esa tarea sería magnífico. Para su sorpresa, Arriola cuestionó de pronto la necesidad de hacer promoción de los libros que los estudiantes tenían la obligación de leer, sin necesidad de nadie los esté motivando a hacerlo. Tal vez tengas razón, dijo Gutiérrez. Cuando vio en esa opinión una oportunidad para dar marcha atrás, Néstor dijo que al doctor Arriola no le faltaba razón, que quizás hacer promoción era innecesario. Entonces interviene Vásquez y lo vuelve a descolocar opinando a favor de la promoción lectora, recordándole que los chicos, pese a sus 18 años, arrastran muchos déficits producto de su mala secundaria, un dato que no podemos ignorar, dijo con énfasis.
— Cierto… no les gusta leer, es la verdad, balbuceó
— ¿Quiere decir que sí está de acuerdo en hacer promoción de lectura?, repreguntó Vásquez.
— Claro, sería bueno… respondió Néstor.
— Pero no entiendo, interrumpió Arriola, me acaba de dar la razón diciendo que no la necesitan, ¿en qué quedamos? Su opinión nos interesa.
— Bueno… en cierto sentido sí la necesitan, sólo que, claro, si se les exige un poco más de responsabilidad quizás ya no haga falta…
Gutiérrez se quedó mirándolo fijamente y le dijo con seriedad:
— Defina mejor su posición Néstor, se supone que usted es el experto.
— Aproveche de aclararme algo más, intervino Arriola antes de que Néstor responda. Las mejoras al personal que mencionó significa que lo que quiere es más plata, ¿verdad? Sin embargo, el pedido de preparación es porque en el fondo no tiene idea de cómo hacer promoción de lectura ¿me equivoco? Es decir, quiere cobrar más por algo que no sabe hacer. A sus colegas les ha dicho además que esta propuesta es una estupidez. Si eso cree, ¿por qué no nos convence de lo mismo?
Néstor enmudeció. Clavó su mirada en el vacío y un repentino dolor de cabeza, supuestamente insoportable, le llevó a rogar a sus jefes que suspendan por favor la reunión.
Gutiérrez, Vásquez y Arriola la dieron por terminada y le dijeron que podía retirarse. Después de todo, el objetivo se había cumplido: ahora ya sabían que, hasta ese momento, no habían sabido con quién estaban hablando.
Néstor pidió una licencia por dos semanas y se dedicó a frecuentar hospitales y consultorios, explicando sus síntomas y aceptando toda clase de recomendaciones. Al parecer, la jaqueca era real. Cuando hablaba con el neurólogo, quedaba persuadido de que su cefalea era tensional y se atiborraba de paracetamol. Cuando hablaba con el traumatólogo pensaba más bien que un disco cervical le estaba comprimiendo una raíz nerviosa, ocasionándole dolor en el cuello y la nuca, por lo que empezó a tomar más analgésicos, antiinflamatorios y relajantes musculares. Cuando hablaba con el otorrino, se inclinaba hacia la posibilidad de una inflamación de los senos paranasales, derivada de una infección viral o bacteriana, por lo que se abasteció de aerosoles nasales con corticosteroides y antihistamínicos. Cuando habló con el psicólogo, descubrió que la angustia podía producir la dilatación y constricción de venas y arterias a nivel cerebral, por lo que se metió a aprender técnicas de relajación para reducir la ansiedad.
El día que se reincorporó al trabajo, adormilado y con el estómago desecho a causa de tanta medicación, se dio con la sorpresa de que Gutiérrez había sufrido un infarto a los pocos días que él se fue y estaba en reposo absoluto. Un tal Gonzáles era su reemplazante. Néstor no pudo disimular la satisfacción y el alivio que le suscitó la noticia. Adiós pesadilla. Se sintió nuevamente en control de la situación. Esa misma mañana Gonzáles lo llamó a su oficina, le dijo que estaba evaluando al personal y que sólo le faltaba él.
— Sus colegas me dicen que usted es el especialista en promoción de lectura y que estaba haciendo un proyecto. Tome asiento e ilústreme, dígame que piensa hacer al respecto.
— Bueno, cómo no señor director, no es tan sencillo como parece, yo le voy a explicar.
— Le pido no más que sea conciso, porque le debo una visita a Gutiérrez y pienso ir a verlo enseguida.
Lima, 02 de junio de 2014
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