Necesitas descansar. Esas fueron tus últimas palabras. Y vaya si me diste descanso. Desde entonces, no volví a saber más de ti. Te hiciste humo. Claro, yo comprendo. De un lado, ni el teléfono ni el papel llegaba a ser ya suficientes para confirmar un sentimiento pacientemente estimulado por la voz, el verbo y el recuerdo. Para sustituir la irremplazable fuerza de un beso o, más sencillamente, de un holacomoestás que sirva de pretexto para rozar nuestras mejillas de una sola e inconfundible manera. ¿Cómo dar el paso que sigue a un travieso tesperoestanochelista, si entre tu ansiedad y mi deseo median irreductibles cerca de mil kilómetros de cordillera?
De otro lado, cómo no, también lo comprendo, los viejos miedos de siempre empezaron a acudir al sonido alertador de tu silbato. He aprendido a reconocer su cercanía cada vez que asoman. Bastó quizás una revelación ingenua de mi parte para convocarlos de manera desaforada. Si me confirmas esta penosa impresión, me apresuro a adelantar que no te culpo. El responsable soy yo.
Después de todo, las palabras, sea que viajen por carta o por el cable del teléfono, lo admito, pueden ser sólo un espejismo. Imposible reeditar en estos tiempos la notable performance de Siragno de Bergerac. Nada pareciera ser igual al tacto que estremece o al calor que agobia o al brillo inevitablemente revelador de una mirada franca. Es bueno por eso, lo concedo ahora, concluir estos amagos de romance epistolar absolutamente inconducentes.
Diría suspenderlos, hasta que la vida nos reúna en pocos meses, que así habrá de ocurrir al parecer, por gracia del destino. Pero prefiero decir concluirlos. Perdóname, inolvidable chica de humo, tan próxima a la imagen de mis fantasías, tan cálida y tan dulce, tan deseable, pero después de todo, quien no logra descubrir amor en un poema nacido de la más genuina admiración o en la cálida voz que te llama desde tan pero tan lejos para decir cómohasestado, más allá de cualquier dato demográfico, quizás le falte entrenamiento para reconocer después el rumor del amor, cuando logre susurrar, en vivo y en directo, con toda la fuerza de la piel, en sus desprevenidos tímpanos.
Lima, 21 de marzo de 1995
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