Ernesto Sábato escribió: «Los tiempos modernos fueron siglos señalados por el menosprecio a los esenciales atributos y valores del inconsciente. Los filósofos de la Ilustración sacaron la inconsciencia a patadas por la puerta. Y se les metió de vuelta por la ventana. Desde los griegos, por lo menos, se sabe que las diosas de la noche no se pueden menospreciar, y mucho menos excluirlos, porque entonces reaccionan vengándose en fatídicas formas».
En el mismo libro escribió también: «Cuando en 1945, en “Hombres y engranajes”, yo expresaba este mismo punto de vista, los intelectuales se abalanzaron contra mi libro con ferocidad e ironía. Pero, ahora, ante la vulnerabilidad o el fracaso de la razón, de la política y de la ciencia, el ser humano oscila en el vacío sin encontrar dónde enraizarse ni en el cielo ni en la tierra, mientras es atragantado por una avalancha de información que no puede digerir y de la que no recibe alimento alguno».
Todo parece indicar que el exilio de la irracionalidad supuso en su momento no sólo el exilio de la superstición y el prejuicio, sino también el de la emoción, la intuición, el impulso, la necesidad de lo gratuito y placentero, aunque no útil, así como de aquella confortable confianza sostenida muchas veces en los extraños mandatos del inconsciente antes que en las frías evidencias aportadas por los sentidos. Es decir, supuso el exilio de nuestra otra mitad. Pero no todo está perdido. Leo ahora a Sábato y me consuelo enterándome que todavía podemos dejarle abierta la ventana.
Lima, 21 de marzo de 2006
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