Convivencia

Apartheid en las escuelas

¿Puede una escuela prestigiada por sus buenos resultados académicos esconder oscuras prácticas de discriminación y maltrato a sus estudiantes? ¿Puede emplearse impunemente el castigo físico y el amedrentamiento sistemático como estrategia siniestra para lograr mejores aprendizajes, sin que nadie lo advierta o reaccione? ¿Pueden los niños y adolescentes de un centro educativo ser víctimas recurrentes de humillaciones y hostigamientos sin sentir indignación ni rechazo sino más bien culpa y vergüenza?

Giselle Cuglievan compartió estas preguntas con un auditorio de 600 maestros la semana que pasó, durante la IV Conferencia Nacional de Foro Educativo «Aprendizajes de calidad con equidad» realizada en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ella y un equipo de jóvenes investigadores de distintas especialidades disciplinarias entraron a un grupo de escuelas que obtuvieron altos puntajes en las pruebas de evaluación aplicadas por el Ministerio de Educación, para averiguar cuáles eran las razones de su éxito.

Pues bien, el estudio encontró detrás de sus muros realidades inesperadas y preocupantes, como prácticas institucionalizadas de segregación y de castigo físico. Es decir, niños con edades superiores a las esperadas para el grado, repitentes, trasladados de otros centros educativos, con bajo rendimiento o conductas difíciles de manejar, empaquetados y arrimados al turno de la tarde. Aulas que mostraban a un tercio con rendimiento superior y al resto mucho más atrás, lo que delataba la dedicación preferente del profesor a los más hábiles y su menor interés por los rezagados. Testimonios abrumadores de estudiantes sobre los maltratos sistemáticos de los que son objeto en las aulas y profesores negándolo con categórico cinismo.

Si todos recuerdan, se llamó «apartheid» a las prácticas de segregación realizadas en Sudáfrica por colonizadores holandeses durante el siglo XX. Allí se separaban territorialmente las diferentes razas para que unas no obstaculizaran el desarrollo de las otras. Es decir, para que los negros no arruinen las posibilidades de progreso de los blancos. Esta discriminación, por cierto, estaba respaldada en leyes cuidadosamente elaboradas para darle una justificación racional. Allí se hacía una clasificación racial en función a la apariencia de las personas, su grado de aceptación social y su descendencia.

Ahora podemos comprobar una vez más que este tipo de prácticas no ocurren sólo en el África, que no se limitan al color de la piel y que pueden adoptarse en las escuelas con la más pasmosa naturalidad. Como si fuese obvio que quien no pueda ponerse a la altura del maestro, su lenguaje, su cultura y su enseñanza, sea por dificultades o simples diferencias individuales, sociales o familiares, deba ser separado para no perjudicar el avance de los más aptos.

Que el profesor deba concentrarse sobre todo en los «más capaces» para que sus esfuerzos valgan la pena, se ha vuelto una convicción tan arraigada que hasta muchos padres la comparten, avalando la segregación de los niños con dificultades. Siempre y cuando no sean sus hijos, claro está. Esta investigación plantea desafíos muy serios a la política educativa ¿Los asumirá? Hasta pronto.

Luis Guerrero Ortiz
El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio
Fotografía © Silviaru59/www.flickr.com
Lima, 30 de enero de 2009

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

3 Comments

  • Alejandra Popa

    He estado en el ciclo de verano de la academia preuniversitaria pamer y he podido vivir esa experiencia de maltrato psicológico y humillaciones que ellos tienen para conseguir el ingreso de los alumnos, ya que con ese ingreso aumentan sus estadisticas y cada tutor gana extra por cada alumno ingresante. Allí yo vi y viví gritos, insinuaciones, comentarios irónicos sobre la capacidad de la gente, humillaciones frente a todo el salón sobre los resultados en los examenes semanales. Cuando mi mamá se ha ido a quejar todos lo desmienten, hasta la misma directora que es una de las que más grita y amenaza, luego frente a mi mamá dijo “aquí no confundimos exigencia con maltrato”. A muchos de los que estudiamos allí nos parece increíble aunque también hay un grupo de alumnos que están fanatizados por una sensación de “exito” que la academia les da. Después de estar ahí, un corto tiempo, me pude dar cuenta una vez más cómo la educación en nuestro país es algo alarmante. Hay tan pocos lugares para prepararse, la gente se somete a esos maltratos, en pamer desde la secretaria te trata mal, siempre pensando que los estudiantes tenemos intención de engañarlos. Allí también hay preferencia sólo por los que destacan más. Los salones están atiborrados de sillas y a veces no hay lugar por donde pasar. Se nota que todo es un negocio y creo que es ganar dinero sucio. Pienso que alguien debería intervenir en eso que pasa en esas academias. ¿Que opina de eso?

    Alejandra

  • Anónimo

    Segregar y clasificar es algo tan caracteristico de nosotros los seres humanos. Nos especializamos en evaluar, medir, etiquetar, etc.
    Siempre han existido grupos y si alguno desentona prontamente es analizado, procesado y expectorado de ese sistema.
    Por algo es que han avanzado las disciplinas como la psicologia y la estadistica. Lo bueno es que algunos develan esto para que todos podamos ver cuan crueles a veces somos.. depredadores, al fin animales.
    Aunque existe esperanza que las cosas pueden cambiar y podamos actuar con etica.

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    luisguerrero

    Tenemos un sistema educativo enorme, con numerosísimas instituciones. Alguien podría decir que es imposible controlar todo lo que pasa al interior de cada una de ellas. El problema es: ¿A alguien le interesa intentarlo al menos? Si ni siquiera se supervisan las instituciones de Lima, que están más a la mano y a la vista del poder central ¿Qué pasará más lejos, donde nadie mira? Ocurre también que la tolerancia al maltrato es muy alta en la población, sobre todo si sus víctimas son muchachos y si no son hijos de familias con poder. Por eso pasan estas cosas en las escuelas y en las academias. Quien abusa una vez y ve que no hay consecuencias, abusa dos veces y tres y cuatro e instala incluso un sistema basado en el abuso pues ya comprobó que no le va a pasar nada. Si estos hechos dejaran de ser anécdotas privadas para convertirse en escándalos públicos cuyos ecos inundaran la prensa, recién los gobernantes pensarían en hacer algo al respecto. Si no es así, no se echarán encima un problema más. Mientras tanto, Alejandra, hay que seguir divulgando estas historias hasta el cansancio, es decir, no quedarse callado.

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