Cuentos

Chispas

Cumplir 18 años podría haber dado lugar a una celebración emocionada, pero no fue su caso. Para él fue el principio de una libertad largamente anhelada desde que estrenó otra familia a los seis años, luego de la muerte de sus padres.

Sus abuelos paternos fueron siempre severos y distantes con él, nunca les cayó en gracia la mujer que eligió su hijo, su único hijo, como pareja; siempre la culparon del accidente que les costó la vida. Convirtieron al niño en símbolo de una tragedia que para ellos nunca debió ocurrir si ella se hubiese dedicado a su familia como pensaban que le correspondía, en vez de ocupar su tiempo en trabajar con esa obsesión, como si todavía estuviera soltera. Si al menos hubiese sabido cocinar, solía decir la abuela, no habría provocado ese incendio. Si no hubiera seducido a su hijo, solía decir el abuelo, él todavía estaría vivo.

¿Te vas así nomás? ¡Qué malagradecido! ¿Y quién nos va a devolver todo lo que hemos invertido en ti? ¡Para eso te conseguimos un trabajo! Pero yo quiero estudiar abuelo. Eso es para gente inteligente, yo no voy a seguir tirando la plata al caño, ya fue suficiente. No te estoy pidiendo nada abuelo, yo veré qué hago de ahora en adelante. No te puedes largar así nomás. Lo siento, ya lo decidí, no les daré más molestias.

El muchacho se marchó sin más explicaciones a la casa de su tía Franca, el único familiar que tenía por parte de madre y que, a pesar de la parálisis que la tenía en una silla de ruedas, había aceptado acogerlo. Ella vivía en Santiago, en la misma casa que alojó a su madre en su época universitaria. Ya tenía el pasaje y la promesa de postular a la Universidad Diego Portales, la misma donde mamá estudió.

Pero hay algo que el chico no sabía. Su madre se había llevado a la tumba un secreto. Ella regresó a Lima con dos meses de embarazo, producto de un encuentro casual con uno de sus profesores. Ambos tenían un acuerdo. Serían amigos con privilegios, pero terminando la carrera cada uno seguiría su ruta. No querían compromisos. Naturalmente, el embarazo fue un accidente. Antes de retornar, ella se lo dijo porque creía que debía saberlo, pero honró su pacto y no le pidió nada. Él tampoco le ofreció nada, pero sí le pidió conocerlo, ambos convinieron en eso.

A su retorno al país, en una noche triste y después de la quinta cerveza, le contó todo a su mejor amigo y él le ofreció hacerse cargo de todo. Así fue como terminaron viviendo juntos, hasta que la muerte terminó separándolos. A efectos prácticos, el niño sería el hijo de ambos. La noche del accidente, al pequeño Renato lo rescataron antes de que el fuego y el humo llegaran al segundo piso donde dormía.

Renato entró becado a la universidad, a la facultad de psicología, la misma donde estudió su mamá. Su tía por suerte tenía una enfermera que la atendiese, recursos no le faltaban y podía apoyar a su sobrino hasta que se graduase. Ella no conocía el secreto.

Su primer semestre fue intenso, se entregó en cuerpo y alma a sus cursos. Pero iniciado el segundo ciclo ocurrió algo extraño. El profesor de Psicología Social, un hombre curtido, ameno, locuaz, le causaba una cierta inquietud y no podía explicárselo. Los primeros días se limitó a escucharlo con atención, hasta que fue ganando seguridad y se atrevió a hacerle una pregunta aparentemente difícil: ¿Puede haber casos en los que el aprendizaje social no sea posible?

El profesor se pasó la mano derecha sobre su cabeza echándose sus lacios cabellos castaños hacia atrás mientras sonreía y exclamaba ¡Chispas! Renato enmudeció. Ese profesor había hecho el mismo gesto que él solía hacer cada vez que alguien lo agarraba de sorpresa con alguna noticia, pregunta o pedido inesperado. Nunca había visto a nadie hacer lo mismo. Conforme avanzaban las clases, comprobó que ese comportamiento no era casual, era una característica del profesor, estaba habituado a hacerlo. Había compañeros que hasta lo imitaban.

Al principio quiso verlo como una casualidad, como una coincidencia curiosa y hasta divertida, pero poco a poco empezó a sentir cierta perturbación. Él estaba acostumbrado a hacer eso mismo desde niño y se esforzaba por recodar de dónde le nació hacerlo. A ningún personaje de la televisión ni de su círculo familiar había visto alguna vez hacer tal cosa. Ninguno de sus amigos o maestros tampoco. Ahora evitaba hacerlo para que nadie vaya a pensar que estaba imitando al profesor.

Un día, después de clases, lo abordó para hacerle una pregunta, una pregunta que le brotó casi sin pensar: ¿Usted recuerda quizás a Kathy Cortez? Ella estudió aquí hace dieciocho años, tal vez fue su alumna. El profesor se quedó mirándolo fijamente por largo rato, entonces se echó los cabellos hacia atrás y exclamó ¡Chispas!

Fue cuando algo se quebró en la cabeza de Renato. Un dique, una puerta, un candado se rompió de pronto dejando entrar un ventarrón de recuerdos contenidos, casi vedados o escondidos por la tristeza. Entonces se vio a sí mismo jugando con un amigo de su madre, un señor de acento extraño y cabellos lacios que le traía regalos en cada cumpleaños, que le hablaba con cariño y que decía ¡Chispas! cada vez que él le hacía una pregunta rara, mientras se mecía los cabellos hacia atrás. Recordó entonces que cada año preguntaba a su madre si vendría otra vez su “amigo Chispas” y que nunca más lo volvió a ver después del accidente.

Chispas. Era él.

Lima, 07 de junio de 2021

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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