Pedagogía

¿Echemos abajo la estación del tren?

Cuatro adolescentes aparecen en un video difundido por Youtube pateando y apedreando un muro de la huaca El Dragón, un antiguo templo de la cultura Chimú. Estamos hablando de una sociedad que representó entre el año 900 y 1,400 de nuestra era, la más alta expresión del desarrollo cultural en la costa norte del Perú antes de la llegada de los conquistadores españoles; y de un templo que es parte del complejo arqueológico de Chan Chan, una de las ciudades más importantes de la antigüedad. Más allá de la justificada indignación con que ha reaccionado la opinión pública ¿Qué hay de curioso en esta historia?

A Mirko Lauer, en su reciente artículo ¿Por qué las ruinas atraen la pedrada?, le llama la atención no sólo el hecho vandálico, sino el exhibicionismo de sus protagonistas, tan orgullosos de su proeza que terminaron delatándose a sí mismos. Pero la discusión suscitada después, incluyendo las excusas públicas de uno de los implicados, ha puesto sobre la mesa otras curiosidades: desde los severos pedidos de cárcel, que centran toda la responsabilidad en los muchachos; hasta los pedidos de mayor inversión presupuestal en la educación pública, que la derivan por completo al Estado. En el medio, reacciones de otros adolescentes que reprueban el hecho pero que consideran, a la vez, que no hay razón para tanto escándalo.

En 1992 vimos una admirable película de Clint Eastwood, «Los imperdonables», donde interpretó a William Munny, un viejo pistolero, retirado de su vida bandida, que decide hacer su último trabajo junto a un antiguo socio, interpretado por Morgan Freeman: liquidar a dos canallas que desfiguraron a una prostituta. Pero, mala suerte, el comisario del pueblo captura y masacra a su socio, lo cuelga y exhibe su cadáver en las afueras del pueblo. Esto desatará en Munny una furia homicida, que el creía enterrada. De este breve relato quiero destacar un hecho: si el comisario exhibe públicamente el cuerpo de su ajusticiado es por dos razones muy claras. En primer lugar, él cree que fue justo haberlo matado y, además, quiere enviar un mensaje a todos: ese pueblo aborrece a los forajidos.

El video de marras colgado en Youtube es algo como esto. Es evidente que los derribadores de muros se enorgullecen de lo que hicieron y lo creen válido, aunque ahora simulen arrepentimiento para evitar sanciones. Pero además, hay mensaje: esos jóvenes corazones aborrecen la historia nacional y todo lo que les dicen que representa, incluyendo probablemente a sus portavoces oficiales. Y quieren que todos lo sepan. Tratándose de muchachos ad portas de la ciudadanía, ¿Sabemos qué representa realmente para ellos nuestra historia? ¿Por qué tras diez años de educación, monumentos como este no les suscita identidad sino rechazo? ¿Por qué incluso otros jóvenes que no aplauden sus actos, no justifican la indignación pública? ¿Interesa saberlo? ¿O basta con amenazar y enseñar más historia?

Soy educador, por lo que creo más en el valor formativo de la reparación de las faltas que en el del miedo y el castigo; y pienso que estos cuatro jóvenes debieran participar de alguna manera del proceso de restauración, además de las multas que demande la ley. Pero este hecho, como recuerda Lauer, no es el único que revela la frágil identidad de varios sectores ciudadanos, desde comunidades enteras o empresas cuya única bandera son sus ganancias, con determinadas expresiones de esta realidad compleja llamada país, se trate de ruinas, ríos o bosques. Y nada podrá disimular el hecho que la historia que se cuenta –o no se cuenta- en las escuelas, decepciona y hasta irrita a un sector de nuestra juventud.

Luis Guerrero Ortiz
Publicado en El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio (CNR)
Fotografía (c) solsabai/ www.flickr.com
Lima, viernes 15 de 2010

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

3 Comments

  • Luis Medina

    Si un adolescente daña restos tan importantes para la historia de su país, no es porque lo odia, sino porque le es indiferente, para ellos son sólo paredes de barro cocido que a alguna gente le gusta porque no tienen nada que hacer, tal como me respondió un chico de la misma edad de los infractores. Los muchachos gozan de la transgreción y más aún cuando tienen público, necesitan la aprobación nefasta de la mirada criolla de la sociedad; si ellos cometieron una acción como ésta y lo publican es porque saben que hay toda una sociedad que lo tolerará y lo recibirán con gracia haciendo de ellos cómplices tácitos de tal acción; lo más preocupante no es lo que han hecho sino porque lo han hecho y lo que esto significa para los demás adolescente que miran con regocijo y admiración esta aventura antihistórica. La educación no es la única responsable de esta realidad, de esta "hazaña" transgresora; nuestra realidad cultural prejuiciosa, discriminadora, racista y excluyente que a través de la historia se ha forjado como sistema de transgreciones continuas en base al cinismo y lo canallezco de las acciones y reacciones de gran parte de peruanos. Lo que sí es cierto es que la educación tiene al menos una puertita de luz por donde virar, pero para eso, inicialmente, el educador debe cambiar tambien y no sólo dar el grito al cielo sobre estos desmanes sino el reflexionar y decidir medidas que ayuden a corregir esta forma de entender nuestra sociedad. En fin, tarea ardua ¿Cuándo dejó de serlo? ¿Cuándo la iniciaremos? ¿Vamos a esperar siempre al estado que se preocupe realmente como queremos o creemos merecemos para iniciar realmente con nuestra misión? Es momento de comenzar y quienes ya iniciaron esta tarea, es hora de continuar y crear espacios abiertos para el diálogo y ver en estos acontecimientos una oportunidad para generar ideas que puedan permitirnos mejorar como peruanos y como seres humanos. Luis Medina

  • ricardo vilanuea

    En realidad ambos Luchos tienen la razón. Aunque desde luego, Luis M propone una mirada desde lo sociocultural que me parece no solo pertinente tambien mas contextualizadora.

  • ani guerrero

    Lejos del Perú miro con indignación el video. Pero más me duele leer reacciones viscerales o meditadas a medias sobre los autores de este hecho, q se convierte en el caballito de batalla de quienes quieren teorizar sobre dignidad nacional e historia del Perú. Jóvenes que sobrepasan los límites los tenemos a la vuelta de la esquina, matándose entre ellos y dañando a otros también. ¿Cual es entonces el problema? ¿El daño a la huaca o el daño a los jóvenes? Uno de ellos dice "no quieres a tu perú? déjale un hueco". Me quedo impresionada no por ver una actitud canalla o ruin de quien lo dice y de quienes hacen eco de sus palabras. Nada de eso, ellos se convierten en portavoces de sus amigos y de jóvenes como ellos. Un joven que no tenga instalada una psicopatía se inclina a trasgredir socialemente porque en ello busca un reconocimiento que hasta ese momento no ha llegado a su vida. La transgresión habla de lo poco que ellos han sido incluidos en lo que ahora todos queremos llamar "historia nacional". Basta dar una mirada al youtube: su conducta se asocia a lo salvaje, a lo cholo, serrano, en fin, lo despreciable. Nelson Manrique decía en clases: nuestro amor por la patria sale cuando se hiere el patrimonio nacional, pero nadie piensan en "Perú" cuando la pobreza y la exclusión mata real y simbólicamente a millones de peruanos. He ahí el meollo. En sus palabras estos chicos dicen: el Perú no me quiere, me deja un hueco, me apedrea, me "arruina". nada más simbólico que escoger una ruina para la transgresión. Nada más simbólicas asociar las palabras Perú y Hueco. Provenientes de las clases menos incluidas dentro de la peruanidad vanguardista, ellos están dando a entender que la exclusión DEJA un hueco dentro, y que es tan doloroso que precisa ser estampado en una pared para poder aliviar un poco el peso. Claro que merecen ellos tener una sanción, que los haga aprender que los hechos traen consecuencias. Un poco de civismo nunca viene mal también. Qué pena si ellos se convierten en el chivo expiatorio de una moralina histórica que exacerva sentimientos de peruanidad hueca. Al Peru se le quiere por su gente antes que por sus construcciones. Y ese cariño debe ser mostrado en estructuras sociales, políticas, económicas que favorzcan la agencia humana. Ellos no podrán aprender que significa ser peruano desde lo más positivo si ellos mismos, sus familias, sus amigos, sus maestros, forman parte del pedazo de población que recibe una educación sometida al discurso oficialista, donde el español domina y la CVR no pasó de ser una payasada. Curioso que quien los anima simula acento español, la posición del dominante. Nada es casualidad, dice Freud. Aprendamos a leer subjetividades para entender también el contexto en el que ellas se generan.

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