«Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar». Esa frase la siento ahora tan personal. Todas las partes de este sitio son las mismas. A fuerza de mirarlas una y otra vez, las mesas de madera y fierro, la barra, la vitrina, la pizarra, el ventanal, la máquina destiladora, las tostadoras, las cajas negras de luz sobrepoblando el techo, el piso de cerámica, el aroma, todas las esquinas se han vuelto lo mismo. «La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo». En efecto, es así. Esta cafetería se ha vuelto para mí la casa de Asterión, pues desde hace dos horas se convirtió en mi universo y ya no sé cómo llegué, qué hago aquí, ni cual es la salida.
Pero ya me cansé de leer y releer a Borges. Habíamos dicho a las seis y son las ocho. Debería irme, pero no quiero. Sería aceptar la derrota. Aceptar el final de algo que ni siquiera empezó. O quizás sí. O tal vez eso creí. No me quiso dar su teléfono ni su nombre, solo me dijo que regresaría aquí hoy a las seis y que la espere. Todo había sido lindo, una conversación sobre nada que se volvió una plática sobre todo y así de pronto, con una desconocida. Solo la ayudé a elegir su café. El de Churupampa, le dije. Tiene sabor a chocolate, maracuyá y almendras. Te va a encantar. Y una cosa llevó a la otra. Hasta nos contamos nuestra infancia y el recuerdo que ambos teníamos de nuestra experiencia con el café. Estábamos en esta misma mesa común, solo había una señora al costado con su taza vacía y la mirada clavada en su celular.
«Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos». Eso decía el Minotauro. Eso digo también. Pero no siento nada. En medio de este barullo, solo hay silencio. Creí que le agradaba, la hice reír muchas veces, la escuché con tanto interés, compartí episodios tan íntimos de mi vida sin saber a quién y sentí sincero su deseo de volver a encontrarnos aquí. Tal vez algo la retuvo, algo inesperado, urgente, o tal vez no. Quizás fui yo. Pude haberla aburrido o incomodado y solo fue amable conmigo, me siguió la corriente sin un genuino interés. ¿Por qué me citó aquí entonces? Pudo haber sido una forma de evitar mi insistencia. Y claro, funcionó. Si nos íbamos a ver hoy, no cabía insistir en saber con quién estaba hablando.
Mis pies llevándome de esta mesa al baño, del baño a esta mesa, de esta mesa al ventanal y luego de regreso a esta misma silla que ya forma parte de mi espalda. Mis ojos desplazándose sobre los mismos lugares, la carta en la pizarra, las máquinas de hacer café, las tazas de cerámica beige, los diecisiete cuentos de El Aleph empaquetados en esta linda edición de Alianza que ya me sé de memoria, mi cuarto jarro sobre la mesa, otra vez vacío, pero conservando el mismo aroma del café acaramelado de la Finca Velásquez, mi celular, revisando mensajes que quisiera fueran de ella si hubiese aceptado que le de mi número, mis manos, hartas de frotarse en vano. «Todo está muchas veces, catorce veces».
Son las nueve de la noche. La conversación de hoy hubiera durado tres horas. Había materia. Treinta años después de haber llegado a este mundo, no faltaban historias que contar. Pero no volvió a escucharlas ni a contarme las suyas. Ya no tengo dudas. No le valía la pena. Debería irme, pero no quiero. Sería aceptar la derrota. Aunque a esta hora, quizás solo cabe la resignación. No aceptarla sería negar lo que su ausencia me está diciendo a gritos: no le vales la pena, ni el tiempo, ni el gasto de volver hasta aquí. Te obsequió un instante. Acepta ese regalo y regresa a tu casa, a tus perros, a tu tienda de ropa, a tu silencio. Debería hacerlo, solo que ya no sé cómo salir de aquí. «Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo».
Ya van a ser las diez y este lugar permanece intacto. Sus luces, sus mesas, sus aromas, las sombras de las gentes que se mueven y murmullan, el ruido de las tazas al rozarse con los platos, las pisadas y una que otra risa que no me evoca la suya. Creo que no vendrá. Tal vez mañana. Otro día. Aquí me encontrará. «Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura?». Solo que no sé dónde está.
Lima, 03 de noviembre de 2021
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2 Comments
JUan Adrian Camus Rubio
Estimado Luis , con los momentos de la vida me siento identficado
Luis Guerrero Ortiz
Querido amigo, nos pasa, a veces nos encarcelan las circunstancias y otras veces construimos nuestras propias prisiones. Y si acaso nos agradan, perdemos de vista que la puerta está abierta. Un abrazo!