Ensayos

El zorro estresado y las verdes uvas

El zorro tenía hambre y las uvas que aparecieron en su camino emergieron providencialmente como el medio ideal para saciar su necesidad. Pero su fuerza y su agilidad no le bastaron para alcanzar el jugoso racimo que colgaba de la rama más baja de la vid. En esas circunstancias, se vio obligado a desistir y a marcharse, murmurando con desdén que a fin de cuentas el ansiado fruto todavía estaba verde. Esta fábula es bastante conocida y, con seguridad, casi todos la leímos de niños. La consabida moraleja, como es fácil recordar, nos prevenía contra el orgullo, el que nos incita a simular no necesitar lo que no podemos obtener, en vez de admitir nuestras limitaciones.

Tantos años han pasado desde la primera vez que la leí y recién ahora comprendo que el pobre zorro no estaba tan desencaminado como nos hicieron creer. A su manera, sólo buscaba defenderse de la agitación, la aflicción y el desánimo, emociones dolorosas que suelen derivarse de la frustración de un deseo.

Si el zorro accediera a recibir un tratamiento terapéutico para controlar esa sensación de agobio provocada por metas muy anheladas que no se logran alcanzar a pesar de los intentos, algo que suele llamarse estrés, quizás le aconsejarían regular mejor sus expectativas. En realidad, si quisiera evitarse en adelante sufrimientos inútiles, debería aceptar que no todo lo que se desea puede ocurrir inevitablemente, por más necesario y justo que lo sienta.

Ahora bien, en honor a la verdad, el zorro es un animal que nunca deja de poner esfuerzo en obtener lo que necesita, ni de creer que puede alcanzarlo. Digamos, no deja en manos de terceros o de la suerte lo que puede lograr por sí mismo. Siendo esto muy conveniente, habría que explicarle al zorro de todos modos que las expectativas por obtener algo nacen de las capacidades que creemos tener para hacer bien todo lo que se necesita hacer para lograrlo. Y que los problemas surgen cuando evaluamos mal nuestras posibilidades o nuestros desafíos y creemos tener más capacidad de la que realmente poseemos o que el camino que nos conduce a la meta es menos complejo de lo que parece.

Seis maneras de estresarse al estilo del zorro

Es entonces cuando nuestras expectativas se inflaman y a tal extremo, que terminan sobrepasando largamente nuestra capacidad de realizarlas. Cuando el zorro incurre en este error, se producen una de seis situaciones posibles o una combinación fatal de varias de ellas. Veamos una por una:

TIEMPO. El zorro espera alcanzar sus metas en plazos más breves de los que está en posibilidad de lograr. Entonces, como lleva prisa, quiere alcanzar las uvas de un solo salto, pero no lo consigue y debe dar otro y otro más, y a la frustración de no obtener lo que busca le agrega la angustia por el tiempo perdido, algo que lo irrita todavía más y después lo deprime.

AUTOSUFICIENCIA. El zorro espera alcanzar sus metas como resultado de su esfuerzo solitario, prescindiendo de todo apoyo y del rol que pueden o necesitan cumplir los demás. Luego, el zorro no cree requerir, por ejemplo, la colaboración del cuervo, que está parado justo sobre la rama de la que pende el racimo, y en vez de persuadirlo prefiere echarse sobre sus hombros toda la responsabilidad, preparándose sin saberlo para sufrir en desolación no sólo la experiencia del fracaso sino también de la culpa.

DELEGACION. El zorro delega en terceros la posibilidad de obtener lo que espera, sin verificar la capacidad, la disposición o la facilidad del delegado para hacer lo que le pide o para hacerlo bien y a tiempo. Por ejemplo, le pide al cuervo parado sobre la rama que, por favor, corte de un picotazo el tallo del racimo que desea obtener y lo vigile cuando caiga al suelo, mientras el va por un poco de agua al arroyo próximo. Si al regresar ve que el cuervo no hizo lo que le pidió o lo hizo a medias, pues cortó pero no vigiló el susodicho racimo y fue devorado por otros animales o por el propio cuervo, el zorro se frustrará y luego atribuirá encolerizado toda la responsabilidad de tal desenlace al pájaro rapaz.

PERFECCIONISMO. El zorro espera alcanzar sus metas de un modo más completo y perfecto del que puede garantizar en las condiciones realmente disponibles. Eso le pasa, por ejemplo, cuando se propone alcanzar no uno sino todos los racimos que penden de esa rama, pues no le cabe en la cabeza que alguien como él deba conformarse con hacer las cosas a medias. Ciertamente, al aumentar sus expectativas, multiplica las exigencias y por lo tanto sus esfuerzos, tanto como el tiempo necesario para lograr su objetivo. Si no lo logra, la decepción que sufrirá será mucho mayor. Y si lo logra, las cosas que debió sacrificar para hacerlo de este modo pueden pasarle la factura.

SATURACION. El zorro espera alcanzar sus metas manteniendo todo el tiempo sus manos en la tarea, sin soltarla un solo instante. Es así que decide acampar al pie de la vid ensayando sus mejores saltos mañana, tarde y noche, postergando el sueño y el descanso, poniendo entre paréntesis todas sus demás necesidades, a fin de conseguir este propósito. De esta manera se alista a agregarle a la frustración, el agotamiento producto de un esfuerzo ininterrumpido y las consecuencias, objetivas y emocionales, derivadas del aplazamiento continuo de otras obligaciones no menos importantes.

DESMESURA. El zorro espera alcanzar, al mismo tiempo, más metas de las que está en posibilidad de cumplir. Peor aún, multiplica una o varias de las expectativas anteriores por cada nueva meta que se agrega. Digamos, por ejemplo, que no sólo espera obtener las uvas menos inaccesibles del árbol, sino que además espera llevar racimos extras para sus pequeñas crías, espera también terminar el día sin más agitaciones de las que ya tuvo, llegar temprano a su madriguera y hasta procurarse alguna perdiz en el camino para balancear su dieta. Si obtener lo primero ya le resulta difícil y le requiere una dedicación bastante mayor de la que supuso, la posibilidad de obtener todo lo demás se pone en riesgo, sobre todo si esperaba lograrlo en un solo día. Y mientras más altas y múltiples son las expectativas creadas, mayor es la decepción y el dolor de no lograrlas.

Consejos terapéuticos

Al zorro habría que explicarle entonces que el estrés del que busca protegerse nace de sus expectativas. Y, a su vez, que sus expectativas pueden explicarse a partir de la evaluación que hizo de sus posibilidades, objetivas y subjetivas, de lograr esa meta; de la certeza que le brotó respecto de la eficacia de sus propios esfuerzos; y de su optimista predicción acerca de la probabilidad de lograrla.

A su favor, habría que decirle también que a él le ocurrió lo que a cualquiera de nosotros podría pasarnos en cualquier circunstancia parecida: hacer una mala evaluación de las propias posibilidades, sea por desinformación o a causa de una emoción. Si fuese por lo segundo, es porque cualquier emoción de la que no tengamos plena conciencia podría inducirnos a esperar más de lo posible, desde el miedo, la vergüenza o la culpa, hasta el orgullo, la rabia, la euforia o simplemente el amor. Si nuestras expectativas crecen hasta traspasar los límites del realismo, nuestros esfuerzos por darles cumplimiento se vuelven una fuente inagotable de estrés.

Ciertamente, este desbalance entre lo que esperamos obtener y lo que podemos lograr, puede permanecer invisible ante nuestros ojos hasta que nos estrellemos con los muros que no fuimos capaces de advertir. Aunque, en verdad, también podría seguir siendo esquivo a nuestra mirada si, a pesar de la frustración, optamos por sacudirnos de toda responsabilidad. Es decir, si elegimos explicar el fracaso por los errores de otros o simplemente disimularlo, desvirtuando el valor de las metas que perseguíamos, diciéndonos, por ejemplo: están todavía demasiado verdes.

Como todos sabemos, el zorro eligió hacer esto último. Habría que desaconsejarle volver a emplear en adelante un artilugio como ese, pues no lo previene contra la posibilidad de nuevas frustraciones. Pero habría que justificarlo en su necesidad de huir del abatimiento, la vergüenza o la furia asociados a su fracaso. Son emociones legítimas pero a las que no conviene abandonarse, porque nublan la mente y no ayudan a tomar buenas decisiones. Más le valdría respirar profundo, recuperar la calma, volver a evaluar la situación y replantear sus expectativas. Tiene derecho a querer las uvas, pero debe abrir los ojos a los muy diversos caminos que podrían conducirlo a ellas. Y si acaso ninguno estuviera realmente a su alcance, deberá aprender a aceptar que no sólo de uvas vive el zorro y que la felicidad también viene en recipientes que no incluyen en su composición ningún derivado de la vid. Claro, hay una pequeña diferencia de sabor, pero se puede vivir sin eso.

Lima, 15 de mayo de 2010

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

One Comment

  • Agnes

    Diantres! Estoy cometiendo todos los errores posibles del zorro :S Más grave aún, no estaba dispuesta a decir siquiera ápice sobre las esquivas uvas.

    En verdad, genial la reinterpretación, un buen giro de tuerca a la fábula. Me gusta y reconforta 🙂

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