Querida Malón:
Quise escribirte esta carta hace mucho tiempo y no tuve el valor. Te fuiste de un momento a otro, sin dar señales que me lo advirtieran. Por el contrario, tus últimos días conmigo me dieron mucha esperanza. Regresaste a mi lado con la energía de siempre, acompañando mis largas jornadas como antes, mirándome con ternura, reclamando y ofreciendo caricias una y otra vez, como si mis manos y tu piel fueran parte de un mismo cuerpo, como si el contacto fuera la forma, la mejor o la única forma de sentirnos vivos.
Es demasiado tarde, lo sé. No sabes cuánto lo siento. Intenté escribirte esto más de una vez y no me fue posible. No cabía rogar que vuelvas, pero merecías al menos una despedida sincera, en la que pusiera en palabras, en las más bellas posibles, todo lo que significaste para mi durante tantos años. No me fue posible. No hasta hoy, en que me siento con fuerzas para decirte sin tartamudear cuánto te he querido.
Llegaste a mí de un momento a otro, sin aviso ni advertencias. Confieso que al principio no estaba en mis planes dejarte invadir mis horas, mi sueño, mi paz, no había sitio en mi imaginación para prever hasta qué punto llegarías a formar parte de mis rutinas, de mi ciclo cotidiano, de mis necesidades más primarias. Entraste nomás, sin esperar permiso, me elegiste y te instalaste en mi vida como si estuvieras predestinada para hacerlo. Quizá fue así y cumpliste tu misión hasta el cansancio. Porque en verdad te cansaste y me siento tan culpable de no haber podido hacer nada para evitarlo.
Lo sé, lo sé, nada es para siempre. No es la primera vez que pierdo algo que amo y sé lo que significa la palabra irremediable. Lo único que parece infinito es el universo, pero solo por falta de fronteras, no porque sea eterno, pues algún día se congelará. Después de la alegría, después de la plenitud, después del amor, viene la soledad decía el poeta, pero también se preguntaba por lo que vendría después de la soledad, de esa soledad tan oscura que me dejaste al partir.
El mundo no se detiene cuando te vas y quizás eso es lo que más duele. Hay una continuidad cruel, como si la ausencia de alguien no le importara a nadie. Sé que me iré también, quizá también sin avisar y el planeta seguirá girando sobre su eje por mil años más sin que haya dolor que lo detenga.
Al quemarse en el cielo la luz del día, me voy, con el cuero asombrado me iré, ronco al gritar que volveré, repartido en el aire al cantar, siempre. Eso cantaba Pedro Guerra con la emoción de alguien que escribe su testamento al borde de la vida. La primera vez que lo oí pensé que es lo que me gustaría que se escuchase por última vez cuando me toque subir al mismo tren en que te fuiste. Porque te fuiste en mis brazos, mirándome con angustia, despidiéndote con dolor, sabiendo y no sabiendo que no cabe el auxilio cuando el corazón decide plantarse, cuando la vida se fatiga y el cuerpo se rinde, cuando el amor no basta para quedarse de este lado del mundo. No te bastó a ti. Ni a mí para retenerte.
Mi razón no pide piedad, se dispone a partir, no me asusta la muerte ritual, sólo dormir, verme borrar, una historia me recordará, vivo. Otra vez, Pedro le pone palabras a la locura de esa noche. A mi desesperación y a la tuya. A esa impotencia exasperante. A mi resignación. Han pasado años y todavía duele, y no dejará de hacerlo nunca. Pero es verdad, al lado del dolor, una historia, muchas historias te recordarán, viva, siempre a mi lado, con tu cabeza sobre mi mano, con mi mano sobre tu piel o echada sobre mi pecho cada noche reclamando amor.
Baste por ahora con estas líneas. Nos volveremos a ver, después de todo.
Gracias por tantísima ternura.
Hasta entonces.
Lima, 31 de mayo de 2021
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