Gestión,  Políticas

Sísifo y la gestión por resultados en educación

Sísifo, fundador y Rey de Corinto según la mitología griega, fue condenado por sus fechorías a empujar cuesta arriba una enorme roca, subiéndola todos los días y cada día de su vida por una colina sumamente empinada. Por cierto, antes de llegar a la cima la gigantesca piedra rodaba hacia atrás, cuesta abajo, devolviéndolo a su punto de partida. Los relatos de Homero no revelan el motivo exacto de este castigo, dejando abierta la posibilidad de múltiples interpretaciones, las que en efecto se han sucedido a lo largo de los siglos. Janine Soenens, joven escultora peruana, ha aportado hace poco una muy sugestiva, asociando este mito al entusiasta empeño que invierte buena parte de ciudadanos en ocupaciones rutinarias y probablemente inútiles.

Confieso que esta hipótesis, cuando la leí, llenó de preguntas mi cabeza por varios días respecto de mi propio quehacer, pero me trajo así mismo el antiguo recuerdo de un testimonio estremecedor: una maestra de primaria, habiendo terminado de escucharme una conferencia sobre el origen de los conflictos en el salón de clases a inicios de los 90, me dijo acongojada ¿Quiere decir, profesor, que el tercio de alumnos que comúnmente desapruebo cada año, podría explicarse también por errores en mi forma de enseñar?

Ocurre que luego de 15 años de ejercicio profesional, esta maestra se preguntaba por primera vez, con sincera perplejidad, si acaso su manera de actuar en el aula podía ser causa de sus malos resultados. El significado de esta confesión es terrible: ella ha repetido a lo largo de tres lustros un conjunto de conductas y procedimientos en el aula, quizás con el mismo empeño y motivación de Sísifo, sin preguntarse nunca si le servían para lograr su propósito. O, lo que es peor, asumiendo tal vez que los resultados de su acción nunca dependen de ella sino de factores fortuitos ajenos a su voluntad.

El problema es que una conducta ritual, autocentrada, despreocupada de los efectos de su propio esfuerzo, como sugiere Soenens interpretando este mito griego, puede a la vez ser una conducta tan entusiasta y honesta, como ciega a la realidad. Y tan ciega, que cualquier crítica a la inutilidad de semejante y encomiable empeño, podría incendiar la pradera de la indignación.

Es aquí donde la imagen de Sísifo me remite a los esfuerzos del Ministerio de Economía por introducir en el sector público una cultura de gestión orientada a resultados. Que la acción del Estado en educación deje de girar ritualmente sobre sus propias acciones y se oriente a resultados de manera genuina y decidida, tiene un prerrequisito difícil: que funcionarios, directores y docentes se planteen con sinceridad la misma pregunta de aquella maestra: ¿Podríamos ser nosotros quizás la causa de que los estudiantes no aprendan?

Pero ¿Cuántos están dispuestos a evaluar la efectividad de sus decisiones, iniciativas e instituciones en referencia a los aprendizajes? ¿Cuánta apertura hay para interrogar por ejemplo el impacto real del currículo o la capacitación docente en los aprendizajes escolares? ¿Cuántos prefieren como Sísifo concentrarse en el valor o las dificultades de sus propios esfuerzos antes que en sus resultados? Claro, la verdad implica responsabilidad. Nos libera de ella creer y hacer creer que las consecuencias de nuestras opciones y acciones dependen de otros o que en todo caso, la verán nuestros tataranietos. Hasta pronto.

Luis Guerrero Ortiz
El río de Parménides
Difundido por la Coordinadora Nacional de Radio
Sísifo, en el arte de Tiziano. Fotografía (c) nadiuska/ www.flickr.com
Lima, viernes 08 de Mayor de 2009

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

4 Comments

  • Anónimo

    Querido Luis,

    No te conozco personalmente, pero te mando un fuerte abrazo. No tienes idea de lo conmovida que me siento al leer tu blog. Es un gran regalo. Gracias.

    Janine Soenens

  • Anónimo

    Estimado
    Nuevamente el texto que escribiste invita y sugiere una reflexión profunda. Se agradece esta capacidad.

    Al leerlo, recordé otro que publicaste en octubre del 2007, cuyo titulo es “El espejo roto”. Para efectos del presente comentario, cito el primer párrafo del artículo señalado, que sigue pareciéndome potente:

    “Fernando Maureira me obsequió hace poco un espejo roto. Quiero decir, me entregó una imagen elocuente de lo que ocurre en las escuelas respecto a su identidad y su propia historia. Maureira dice que las escuelas padecen del síndrome del espejo roto, porque no pueden ni saben mirarse a sí mismas. Ergo, no estarían en capacidad de autoevaluarse con lucidez ni de aprender de su propia experiencia. En verdad, si nos detenemos a pensar, muchas escuelas funcionan normalmente prescindiendo de toda información acerca de lo que fueron, lo que son y lo que desean ser, de sus logros, hazañas y fracasos, de lo que logran con esfuerzo o de lo que dejan de obtener por sus errores, de sus certezas e incertidumbres, de sus modos de ser y de pensar. Parecieran no necesitarla para existir. Los mismos planes, las mismas frases, los mismos ejemplos, los mismos ritos, las mismas equivocaciones, las mismas excusas, cada año se repiten a sí mismas en una continuidad fatal, con ciertas variaciones de forma a las que las normas obligan, pero sin registrar ni comentar sus pasos ni mirar para atrás.”

    En el párrafo anterior, se encuentran ideas claves para lo que identificas en el texto actual (por defecto del sistema de comentario, no puedo subrayarlos). A saber, que una conducta puede ser “tan entusiasta y honesta, como ciega a la realidad. Y tan ciega, que cualquier crítica a la inutilidad de semejante y encomiable empeño, podría incendiar la pradera de la indignación.”

    Pues bien, revisando ambos textos, la pregunta que surge es: ¿Cuáles son los elementos que se ponen en juego para cambiar una conducta?. La misma idea en un registro distinto: ¿Cómo cambiamos nuestras prácticas?. Permíteme humildemente, en base a esta revisión, señalar algunos puntos:

    – Mirando, o “poniendo en observación”, la identidad y su propia historia. Personalmente lo encuentro muy potente este punto. Y si ahondamos mas, cabe tanto a un nivel individual, grupal, organizacional y sistema (educativo)
    – Esta “observación” se basa en datos, extraídos de la propia experiencia. No es “teoría”, es lo que “sucede” en cada realidad. No es lo que “creemos”, ni lo que “pensamos”, sino lo que “ocurre”. Entonces, no son “ideas” (ideologías?).
    – Tener datos de la propia experiencia supone su registro.
    – Mirar los datos de la propia experiencia implica detenerse a pensar. Esta claro que los datos en si no es el punto. Es su interpretación y traducción en información válida para el sujeto que se conmueve con estas.
    – Comprender la práctica es una capacidad para el aprendizaje.

    Finalmente, solo 4 preguntas que me surgen:
    – En nuestro trabajo, ¿registramos datos de nuestra práctica?, ¿definimos tiempos para detenernos a pensar, interpretar, hipotetizar sobre estos datos?
    – En nuestro trabajo, ¿pensamos junto con otros sobre los datos registrados?, ¿”damos permiso” a un tercero para que “observe” los datos registrados y nuestra “identidad”, lo que identificamos y comunicamos que somos?.
    – ¿Puede ocurrir que una persona, realizando el ejercicio de “poner en observación” su conducta, persista en esta, y se “indigne” con este ejercicio?. Si esto ocurriese, ¿dónde se registra la “no – dignidad”?
    – La “negación de la dignidad”, ¿es del dato, o de quien la interpreta?. Esta negación, ¿no es ya un reconocimiento de su posibilidad?.

    A lo mejor Sísifo, queriendo hacerlo bien, siempre pensó que era un castigo, o siempre pensó que la roca se sube de la misma forma, o no registro lo que hacia, o no tuvo alguien que lo retroalimentara.

    Saludos

    Simón Rodriguez

  • ROBERTO BARRIENTOS

    Muy interesantes los comentarios de Simon al respecto de tu reflexión. Viene a mi mente un libro que estoy leyendo en estos día y que me atrevo a recomendar “Cómo planificar la investigación acción” del australiano Stephen Kemmis, toca todo lo dicho en la discusión, como generamos, docentes, mejor dicho comunidades docentes que se cuestionan y cuestionan el mismo sistema para a partir del análisis sistemático de datos realizar acciones para mejorar la situacion y continuar así con el ciclo continuo de la IA : Observación,Planicación, accion, reflexión y repanificación.

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    luisguerrero

    Quiero agradecerles Simón y Roberto por sus comentarios, los que me han inspirado tanto que decidí volver a abordar el mito de Sísifo en diálogo con sus reflexiones, los invito a leer el artículo “Otra vez Sísifo o el arte de morderse la cola” y a comentarlo, el tema da para más. Jeanine, el agradecido soy yo porque todo partió de tí y encima me honras con una nota tan afectuosa. Espero que esta segunda parte sobre Sísifo pueda seguir animando el diálogo.

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