Cuentos

Todo será como antes

Por favor, ni lo piense don José, yo sé que mi padre les tenía mucho aprecio y ahora que ya no está con nosotros las cosas no van a ser diferentes. Pueden seguir en esta casa, sigan pagando lo mismo, no se preocupen por nada. Entre nosotros además no hacen falta contratos, les conozco desde que era un mocoso y ustedes merecen toda mi consideración. El joven abogado, un hombre alto y delgado, de unos 35 años y voz de locutor de noticias, estrechó fuertemente la mano de José ensayando una sonrisa afable y se despidió cortésmente dejando saludos a la familia. Un inusual y tímido sol apareció ese día entre las nubes del invierno limeño.

José estaba aliviado y agradecido de la actitud comprensiva de Tomás, el hijo menor del señor Gallardo. La repentina muerte de su padre lo había dejado asolado a él y a su señora, pues don Mauro Gallardo no sólo había sido el siempre cordial propietario de esa modesta casita que habitaban por más de 40 años en la Unidad Vecinal del Rímac. Don Mauro había sido sobre todo vecino, amigo y confidente. Había visto crecer a su hija, se acordaba puntualmente de todos los cumpleaños de la familia y nunca dejaba de visitar la casa para tomarse una cervecita y charlar de política o de fútbol y de tantas otras cosas de la vida.

Don Mauro enviudó después del nacimiento de su segundo hijo y luchó duro por sacarlos adelante. Tomás fue a estudiar a Costa Rica la carrera de derecho y se quedó a trabajar allá. Venía muy poco a Lima. Su hermana mayor en cambio no pudo acabar sus estudios, pues se casó muy jovencita y se fue a vivir a Arequipa. Don Mauro, entonces, vivía solo y no veía a sus hijos con frecuencia. Fue el sorpresivo infarto de su padre lo que obligó a Tomás a regresar al Perú y hacerse cargo de sus asuntos, como el inmueble alquilado a don José, una pequeña panadería en la cuadra 6 de la Av. Guardia Republicana, a escasos metros de la vivienda, y un terreno en Ica de 10 hectáreas. Su hermana le rogó que sea él quien vea todo eso, pues tú eres el abogado de la familia, yo no puedo regresarme a Lima por mis hijos y, además, estas son cosas de hombres.

El temor de José y su esposa Dina, dos jubilados de la empresa de Servicios Postales del Perú próximos a cumplir 70 años, era que los desalojen para vender la propiedad y repartirse después el dinero entre los hijos. Era lo más lógico. Ambos habían conocido a Tomasito en su niñez, pero al Dr. Tomás Gallardo era la primera vez. Desde que se fue del país a estudiar la carrera, perdieron todo vínculo con él. Además, ni contrato de arrendamiento había después de tantísimos años. Por eso el alma les volvió al cuerpo al encontrarse con un Tomás tan amable y considerado.

Gracias a Dios, sigue siendo el mismo Tomasito que conocimos de niño, cariñoso y gentil, le dijo Dina a su esposo, deslizando ambas manos sobre sus blancos cabellos rulos en señal de alivio. Si hija, gracias a Dios, todo sigue igual, la angustia ya pasó, me alegro que le haya heredado al padre su don de gente y su buen corazón. José se disponía a echarse sobre el mullido y antiguo sofá de su sala a leer el diario, como acostumbraba hacer todas las mañanas después del desayuno, cuando surgió la pregunta: ¿Y crees que nos subirá el alquiler más adelante? Quizás no te lo quiere decir, pero por ahí su esposa o su hermana tengan interés en sacarnos más plata ahora que les ingresa directamente a ellos. No creo mujer, respondió José sin apartar la vista del diario, se le veía sincero.

El pequeño chalecito de dos plantas y dos dormitorios, por el que pagaban 300 soles mensuales, era uno de los más cuidados de la cuadra. José había pintado la fachada de verde limón hacía menos de un año y contrastaba con otros más bien despintados y sucios, que hasta parecían abandonados. Vivían con Laura, su única hija, que regresó donde ellos luego de separarse del marido tras 12 años de matrimonio. Ella no tenía hijos, pero sí un hermoso pastor alemán llamado Lázaro, que era su adoración y que José sacaba a pasear tres veces al día. La presencia de Laura, que era empleada de una agencia bancaria, fue buena para ambos, no sólo por la compañía, sino porque aportaba al modesto presupuesto familiar, basado únicamente en las pensiones de jubilación de ambos.

Tomás pidió licencia de unos meses en su empresa allá en Costa Rica y se mudó con su esposa –abogada como él- a la casa de su difunto padre, un chalet de tres plantas situado exactamente al frente de la casa de José. Después de 20 años en ese país, había echado raíces, había hecho dinero, había ganado status y se había habituado a las comodidades. Es por eso que su estancia en el Rímac y en su antiguo barrio era sólo un tránsito inevitable en razón de las circunstancias.

Los primeros dos meses desde la llegada de Tomás, la vida en esa manzana transcurrió con absoluta normalidad. José, un hombre que amaba sus rutinas, se levantaba muy temprano a comprar el pan en la panadería de don Mauro, que ahora administraba Tomás, adquiría también el diario, y mientras Dina preparaba el desayuno sacaba a pasear a Lázaro, ocasión que aprovechaba para conversar al paso con otros vecinos, tan veteranos y madrugadores como él.

Fue un sábado muy temprano, mientras José caminaba parsimonioso sobre la vieja y maltratada vereda de su calle con una bolsita de tela blanca en la mano, que Tomás lo abordó. Buen día don José, ahora que lo veo por aquí quería aprovechar de pedirle un favor, si le fuera posible. Lo que tú quieras hijo, estamos para servirnos. Gracias don José, lo que pasa es que mi esposa y yo nos hemos comprado un carrito, pero como a mi padre nunca le gustó manejar anuló la cochera para sembrar un rosedal, como bien sabe. Ahora, veo que usted todavía conserva su cocherita y que no la usa. ¿No le incomodaría que guarde allí mi auto? De ninguna manera Tomás, ahora mismo te saco un duplicado de la llave de la rejita, con el mayor de los gustos. Haces bien en conservar sus rosas, tu padre vivía para sus rosas.

A partir de ese día, el ingreso y salida frecuentes del pequeño Chery a la casa les causó cierta inquietud, pues alteraba a Lázaro y los exponía al escrutinio continuo de Tomás o su señora. Dina hasta empezó a preocuparse por su apariencia cotidiana, pues acostumbraba pasar el día en su vieja bata floreada de algodón y con una vincha de tela en el pelo. Ahora le apenaba que la vieran en esa facha. Pero, en fin, cómo negarle ese favor. Después de todo, era el dueño ahora. Era un espacio que usaban como patiecito, y aunque allí tenía unas enormes macetas con gardenias blancas, rosadas y amarillas, mudarlas no era finalmente un asunto de vida o muerte. Hoy por ti, mañana por mí, le repetía siempre José a su mujer.

Tres semanas después, a la salida de la panadería, Tomás volvió a abordar a un José todavía extasiado con el olor del trigo recién horneado. Disculpe don José que lo moleste, pero hay un problemita del que me gustaría conversar con usted. Se trata de su perro. ¿Sabe?, mi esposa está con los nervios de punta por sus ladridos. Ladra a toda hora ahí en el techo y créame que los vecinos se quejan. No se lo dicen a usted pero a mí sí. Yo le suplico que haga algo al respecto o pueden terminar llamando al Serenazgo y lo van a incomodar. Yo no deseo eso don José, yo lo aprecio. Perdone que le diga esto, pero es también por su propia tranquilidad.

José se quedó helado. Vamos, es verdad que ladraba fuerte pero ¡era un perro! ¿Qué perro no ladra? Y si los vecinos no lo soportaban, ¿por qué no se le habían dicho a él? Lázaro era parte de la familia y lo adoraban, ¿cómo callarle la boca?

Para mí son cosas de la mujer, dijo Dina cuando su marido le contó el pedido de Tomás. No creo que nuestros vecinos hayan dicho nada, cuánto tiempo tenemos al perro y nadie se ha quejado. José bajó la mirada por un instante mientras cortaba un trozo de pan francés con las dos manos, como invocando las palabras justas. Pero Dina, él ha sido muy delicado conmigo y me lo dice pensando en nosotros. Yo no quiero líos con la municipalidad. ¿Y qué voy a hacer yo con el perro, papá?, terció Laura, no le puedo coser la boca ni tenerlo sedado. Mi mamá no quiere que esté adentro. Mira hija, seamos prácticos, si tu mamá tuviera razón y es a su esposa a quien molesta, recuerda que Tomás se regresa a Costa Rica en tres meses. ¿Tú crees que durante ese tiempo lo puedas mandar a, digamos… la casa de tu ex marido?

A regañadientes, eso fue lo que hizo finalmente Laura. El perro se mudó de casa y el problema quedó formalmente resuelto. La ausencia de Lázaro, sin embargo, volvió a alterar sus rutinas y creó nuevas tensiones. Como no había perro a quien pasear, José se quedaba largo rato parado frente a la ventana de su sala con las manos en la espalda en los ratos que solía sacarlo. Dina traía a veces del mercado, distraídamente, los huesos y la menudencia que acostumbraba sancocharle a Lázaro. Laura se volvió un tanto seca con su padre, pues en el fondo le seguía reprochando el mostrarse siempre tan concesivo con «esa gente».

Un mes después, llegó el tercer pedido. Esta vez fue en la puerta de su casa, mientras José echaba agua a sus flores con su vieja regadera de latón, ya oxidada por los años. Buen día don José, quería hacerle una consulta. Mire, he contratado un chofer a tiempo completo para que me haga miles de encargos relacionados a la herencia de mi padre, yo solo no puedo estar haciendo todos los trámites. Es un muchacho de mucha confianza, se llama Renato. Nos estábamos preguntando mi esposa y yo si no le interesaría darle una pensión, sólo desayuno y almuerzo. No lo hacemos nosotros porque, bueno, mi esposa no sabe cocinar y tampoco le gusta tener extraños en casa. Ni siquiera me permite hacerlo pasar más allá de la cocina. Disculpe usted, consulte por favor con su señora y si está de acuerdo, dígame el costo, cualquier cifra que usted me dé estará bien para mí y lo pagaría por adelantado. Le estaría además eternamente agradecido.

Dina se opuso. No, no y no. Sentada sobre la pequeña mesa de la cocina, con las manos sobre la cabeza y girándola de un lado a otro, la mujer no dejaba de repetir, es el colmo, es el colmo. Mucho esfuerzo le costó a José torcerle finalmente el brazo con el argumento de que ya se van a ir, que sólo faltan dos meses y que tampoco podemos negarle un favor a Tomasito, tan gentil que es el muchacho con nosotros.

En efecto, el tal Renato empezó a ir puntualmente a las 7.00 am y a la 1.00 pm por su desayuno y almuerzo, lo que obligaba a la familia a introducir nuevas variaciones a su rutina. Primero se le servía a él y esperaban a que termine antes de sentarse los demás. Laura, eso sí, desayunaba antes porque tenía que salir a tiempo a su oficina, lo que la obligaba a levantarse más temprano que de costumbre. Renato era un chico joven, estaba terminando la carrera de administración de empresas y era en general muy callado. Su silencio perturbaba a Dina, pues decía que se sentía observada. A ella le parecía irónico que a la esposa de Tomás no le fuera cómoda la presencia diaria de un extraño en su casa, pero que no se preguntara lo mismo en el caso de ellos.

La vida siguió su marcha, con auto ajeno en la cochera, sin perro, con un desconocido metido en casa y nuevos hábitos no elegidos por ellos. Pero José estaba tranquilo. Se sentía obligado con el hijo de don Mauro, a quien veía no como un propietario sino como la extensión de un amigo en quien había depositado por décadas todo su afecto y su confianza. En la vida hay que adaptarse siempre, le decía a su esposa cada vez que gruñía, de lo contrario no hay felicidad.

Así se cumplió al fin el sexto mes. El vencimiento del plazo para el retorno de Tomás a Costa Rica alivió a la pequeña familia. En muy poco tiempo, todo volvería a la normalidad. No más pensión, no más garaje y el perro de vuelta a casa. No tenían nada contra Tomás, un muchacho simpático y querendón, cuya imagen de niño inocente se les venía siempre a la cabeza cada vez que lo veían y en cuyo rostro podían encontrar sin dificultad los amables ojos de su querido padre. Es verdad que desconfiaban de su mujer y que su presencia durante estos meses había implicado cambios no gratos en su manera de vivir. Pero ya se acababa, era cuestión de horas prácticamente y esa era razón suficiente para dispensarlo todo.

El viernes de esa misma semana, un día después de la partida de Tomás y su esposa, una partida repentina, sin anuncios ni despedidas de por medio, un desconcertado José recibía por primera vez en su vida una carta notarial. Se quedó parado en la puerta con el papel en la mano, restregándose los ojos con nerviosismo. Dina, por favor, tráeme mis lentes de leer.

La noche anterior había caído una ligera llovizna sobre la ciudad y es por eso que el aire de la mañana se sentía más frío que de costumbre. No sé dónde están, le responde su mujer, mientras avanza a paso lento hacia la puerta de la casa ¿para qué los quieres? José se frota los brazos y piensa en ese momento en la chompa celeste que dejó sobre su cama. Entonces llega Dina. Léeme esto, le dice, alcanzándole la carta con cierta turbación. El cielo del Rímac amaneció cubierto de nubes. Extraño día de primavera, pensó José. Dina recibe la carta y la lee en silencio. Luego se la devuelve a su marido sin dirigirle la mirada y se mete a la casa sin decir palabra. La notificación de desalojo tenía una firma ilegible, pero debajo de ella se podía leer con claridad: Tomás Gallardo, propietario.

Lima, 01 de mayo de 2014

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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