Ensayos

Existo, luego escribo

El escritor es un hombre sorprendido.
El amor es motivo de sorpresa y el humor, un pararrayos vital.
Alfredo Bryce Echenique

Escribo desde niño. El fervor lo despertó mi curiosidad por la antigua Olivetti de mi padre, una vieja máquina en la que escribía de noche en noche poemas o cartas al cielo cargadas de nostalgia. Cuando la encontraba libre, ocupaba la silla de papá y hacía que sus teclas produjeran pequeños relatos, bastante simples, inspirados en las historietas de Batman que coleccionaba con obsesión y devoraba sin respirar cada semana. He escrito mucho desde entonces. En el colegio, naturalmente, pero no solo copiando pizarras o capítulos enteros de la enciclopedia escolar, sino escribiendo también artículos de opinión para el periódico mural durante la secundaria. La universidad me daría muchas más oportunidades para escribir desde mí mismo, una experiencia liberadora que la escuela suele regatearnos siempre. Luego, ya no pude detenerme. Escribir se volvió un modo de vida e incluso un medio para ganarme la vida.

Escribo todo el tiempo. Documentos serios y opiniones arriesgadas sobre temas delicados, pero también relatos de vida cotidiana, ficciones narrativas, poemas de vez en cuando y uno que otro correo largo con pretensiones kafkianas. Unas veces porque quiero, casi siempre porque debo. Pero la obligación no excluye el placer. Elegir entre un universo infinito de posibilidades las mejores palabras y el más bello orden para comunicar mejor una idea o una experiencia, se ha vuelto para mí un arte fascinante. No soy muy diestro en él, lo reconozco, soy consciente de mis errores y mis límites, mientras más aprendo, más largo se me hace el camino hacia lo óptimo. Pero me gusta. Como decía Hemingway, es una enfermedad infernal haber nacido así. Ribeyro dijo alguna vez que escribía para crear, sin más recurso que las palabras, algo que sea bello y duradero. Y aunque jamás se termina de aprender a hacerlo mejor, eso es lo que me convoca.

Aun cuando se trate de informar, me interesa convencer. En un mundo donde la vida nos obliga muchas veces a movernos en piloto automático, acceder a razones y motivos para creer, descreer, hacer o dejar de hacer algo puede ayudarnos a expandir la mente o, mejor aún, a recordar los propósitos. Pero sea que se trate de opinar y argumentar o de inventar una historia, la búsqueda del placer, de la estética del placer, se ha vuelto una manía. La literatura siempre está allí, de un modo u otro, dispuesta a prestarnos algo provisional o definitivo para cerrar un párrafo, iniciar un texto o crear un desenlace. Al menos para mí, escribir sin emocionar es un oficio vacío.

Invierto muchas horas en enseñar, investigar, leer, escribir, editar y publicar. Leo y escribo todo el tiempo, en cualquier lugar, aunque en estos tiempos, en cualquier lugar de casa. Pero hacer literatura o al menos intentarlo exige soledad, cuando menos imaginaria. Un cierrapuertas mental. No es solo porque haga falta concentrarse, porque escribir una historia que contagie alegría, tristeza, enojo o desencanto, supone alegrarse, enojarse o llorar con los personajes. No hay forma de eludirlo. Hay que vivir el drama, la tragedia, el desconcierto, como si fuera el tuyo y es muy probable que lo sea, aunque no lo admitas. Se trata muchas veces de abrir heridas y volverlas a cerrar. Se trata de sanar o de ayudar a sanar. Y es más cómodo hacer todo eso sin testigos.

Puedo a veces escribir un texto de corrido. Si es un tema que conozco, sobre el que he hablado muchas veces o pensado y repensado hasta el cansancio, las manos se van solas. Pero casi siempre se necesita indagar. Los detalles, son decisivos. La locación, por ejemplo. No basta recordar. Hay que investigar calles, parques, prontuarios, rostros, aromas, incluso arquitecturas. Toma horas y días. Antes, hacer eso nos obligaba a desplazarnos al sitio. Ahora, gracias a Google Maps, puedes situar la historia en Marte y ahorrarte el pasaje. Amigos entrañables, los diccionarios. Los de sinónimos y antónimos, los biográficos, los temáticos, los históricos, una tarea que Borges hacía a pulso, ahora la puedes hacer en tu laptop sin acudir siempre y necesariamente a tu librero. Por supuesto, no se ha inventado todavía el recurso que te ahorre el dilema de elegir los datos que usarás ni el dolor de borrar, reescribir, reordenar, releer, rendirte y después volver una y diez veces sobre el mismo texto. Tampoco el de seguir corrigiendo cuando se supone que ya estaba vestido para la fiesta. Si cedes a la tentación de releerlo y cederás, descubrirás horrores, palabras que sobran o que faltan, adjetivos inútiles, ritmos extraviados o frases que antes te alegraban y ahora tienen el sabor de la vergüenza.

Escribir no es cuestión de ganar fama ni dinero, decía Stephen King. Se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que hacemos y, de paso, enriquecer la nuestra. Concuerdo mucho con eso. Será por eso que escribir me pone ansioso. Si el texto no nos refleja, no dice más de lo que dice, nos frustra, es decir, nos irrita o nos deprime. Algo vital se juega allí, al menos eso crees, al menos para ti. Todos aconsejan dejarlos dormir antes de volver sobre ellos, aunque no siempre se puede. Lo cierto es que, hay que aceptarlo, nunca estarán listos. El propio Borges decía que él publicaba solo para no tener que seguir corrigiendo sus borradores. A Fernando de Szyszlo le preguntaron una vez cuándo sentía que una pintura suya estaba terminada. Un artista nunca termina una obra, respondió, simplemente la abandona. Bueno, no soy Szyszlo, pero también abandono. Como ahora.

Lima, 30 de enero de 2022

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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