Cuentos

Jugada Maestra

Cuando me encargaron hacer una nota sobre María Elena González, no tenía idea de quién se trataba. Me dijeron que fue una talentosa ajedrecista peruana, pero nada más. Yo no era redactor de deporte sino de policiales, por eso me sonó extraño. Después entendería por qué.

No fue difícil encontrar información sobre ella. Resulta que fue la primera en alcanzar el grado de Gran Maestra nada menos que a los cinco años y que fue proclamada campeona mundial de ajedrez por la FIDE a la edad de seis años. Averigüé que ganó el título al derrotar en partidas fulminantes al ruso Vladimir Krámnik, al búlgaro Veselin Topalov y al israelí Boris Gelfand, unos tigres del ajedrez según los diarios, el año 2007. Era un prodigio la muchacha.

Nunca una persona de esa edad llegó tan alto en el ajedrez mundial. Esa era la rareza. Fue un fenómeno sin precedentes y, además, un misterio que nadie pudo explicar, no solo por su precocidad sino porque la niña nunca tuvo un maestro que le enseñara a jugar.

María Elena nació el 2001 en la ciudad de Huaraz. Sus padres eran profesores de escuela, nunca tuvieron familiaridad ni experiencia con el ajedrez y jamás hubo un juego de ese tipo en su casa ni en la de ninguno de los familiares o amigos que frecuentaban. Más raro todavía.

Leí que esta chica asombró a todos a los tres años cuando en partidas simultáneas que se jugaban libremente en un parque público, indicó al titular, Manuel Carrión, un ajedrecista rankeado de la Federación Peruana de Ajedrez, la serie de movimientos que debía hacer para derrotar a cada uno de sus contrincantes. Luego aceptaría el reto de jugar con él y lo derrotaría tres veces seguidas.

Lo más extraño de todo es que ella desapareció días después de haber ganado el campeonato el 2007 en la ciudad de México. Revisé crónicas policiales de esos años que dejaban constancia de un posible secuestro, aunque nadie pidió recompensa por ella. Se sospechó en un primer momento de Manuel Carrión, quien se volvería su mentor y la encausaría en la carrera ajedrecística que la llevó al campeonato mundial. Pero no era lógico, él se perjudicó con su desaparición porque el ascenso de la muchacha lo estaba beneficiando económicamente, además de darle notoriedad. No ganaba nada con su desaparición. Las investigaciones tampoco llegaron a nada concluyente. Se sospechó de algún cártel de la droga, pero eso tampoco tenía lógica, no era negocio para ellos ni había motivo alguno de venganza.

Busqué y entrevisté a Carrión. Él me reveló otros detalles de la niña que nunca mencionó a la policía ni a la prensa por considerarlos irrelevantes, pero a casi veinte años de su desaparición se animó a contármelo a mí.

Los padres de la niña le habían dicho a Carrión que algunas noches la niña hablaba dormida y gritaba ¡quítenme el abrigo, quítenme el abrigo! También solía aislarse, hablar sola y permanecer por horas contemplando un tablero de ajedrez vacío. Ellos no tenían idea de quién podría querer hacerle daño, porque a su hija todos la querían. Carrión, sin embargo, sabía de varios ajedrecistas locales golpeados en su ego por haber sido derrotados y desplazados por una niñita.

Le pedí sus nombre y entrevisté a todos. Ninguno estuvo cerca de María Elena el día que desapareció, ni siquiera viajaron a México, sus coartadas eran perfectas. Tampoco percibí en ellos ningún afán asesino, no es que no les doliera haber perdido ante ella, pero admiraban a la niña.

Hablé de nuevo con sus padres y volví a preguntarles sobre las pesadillas de su hija. Ellos me contaron que hablaba dormida con frecuencia y además de los gritos sobre el abrigo, hablaba otras cosas que ellos no llegaban a entender. Les pedí que hagan el esfuerzo por recordar, pero la madre hizo algo mejor: me entregó un cassette. Como siempre hablaba las mismas cosas, ella decidió poner en su velador una vieja grabadora, todavía útil. Aquí está todo, me dijo, quizás usted entienda mejor.

Esa noche escuché la cinta. Anoté todo y después investigué, porque tampoco entendía nada. Leí mucho sobre ajedrez y ajedrecistas famosos, incluso le consulté a Carrión y a otros especialistas. Se trataba de recuerdos precisos de anécdotas y partidas que jamás jugó ni pudo haber jugado con Eugene Delmar, Frank Marshall, Nimzo Witsch, Oldrich Duras y Alexander Alekhine. Todos ellos fueron grandes maestros internacionales que, a inicios del siglo XX, en torneos oficiales, perdieron con el gran maestro cubano José Raúl Capablanca, fallecido en marzo de 1942.

En efecto, el sábado 7 de marzo de ese año, mientras observaba una partida improvisada en el Manhattan Chess Club de Nueva York, Capablanca se incorporó y pidió a gritos que le ayuden a quitarse el abrigo. Acto seguido perdió el conocimiento. Falleció horas después en el hospital víctima de una hemorragia cerebral a causa de una hipertensión acelerada.

Dos años después, una niña de unos 8 años de edad deslumbraba jugando ajedrez en las calles de La Habana, derrotando una y otra vez a señores mayores, envueltos en el humo de sus puros.

Lima, abril de 2004

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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