Cada rincón de la casa guardaba el eco de sus risas, de sus gritos, del bullicio de sus juegos, también el de sus llantos. El lugar olía a polvo y a olvido. Elena caminaba por los viejos pasillos, rozando con los dedos las paredes descascaradas, sintiendo el peso de los años como una lápida inmensa depositada en sus espaldas. La culpa la acosaba siempre. Venía a sus recuerdos sus propias palabras, cada frase hiriente, cada intransigencia, cada mueca de indiferencia, cada gesto de severidad que no hacía felices a ninguno de los dos, pero que ella entonces consideraba necesario. Se detuvo frente a la habitación de Daniel. La ennegrecida puerta…

El hombre salió de casa con la prisa de un condenado. Acababa de despertar, todavía aturdido por la resaca. La celebración de la noche anterior fue recia, exagerada, y había dormido muy poco. Sabía que era tarde, pero no recordaba bien qué era lo que tenía que hacer. No sabía con certeza adónde debía ir, pero la inercia y sus ansias lo empujaban hacia la avenida, hacia el rumor de las combis y las bocinas de los autos. Ni siquiera se dio tiempo de cambiarse, solo sabía que debía darse prisa. De pronto, en el pie izquierdo, una molestia algo opaca comenzaba a ganar terreno, una pequeña piedra parecía haberse…

El ascensor se detuvo en el piso 20 con un golpe seco, y todo comenzó a temblar bajo sus pies. Sus paredes se movían como si fuera un cubo de papel agitado por el viento, los cables chirriaban hasta hacerle doler los tímpanos y el aire se llenó de un rugido sordo que parecía no parar jamás. El pánico de Sofía, atrapada en esa pequeña y oscura caja de metal, le evocaba el terror que sentía de niña cuando sus padres la acostaban, le apagaban la luz y cerraban la puerta de su cuarto para desaparecer hasta el día siguiente. Desde el suelo intentó presionar el botón de emergencia, pero…