Naddia Altamirano

Historias de relojeros

Hoy en día, los relojes son producidos a montones. Descartables y de plástico, es muy fácil acceder a alguno Made in China. Tener la vida simplificada en el celular, hace prescindir de un reloj.

Hace varias décadas, en Lima, la relojería se estudiaba en la Gamor, un conocido instituto de carreras técnicas, lugar a donde iban muchos jóvenes que no podían acceder a la universidad y requerían de un oficio.

El primer relojero en la familia fue el tío Pancho. De «pancho», no tenía nada, porque en su tiempo, supo amasar una pequeña fortuna que lo llevó a tener una vida sosegada. Tenía una relojería en una calle céntrica de la localidad, donde vendía con exclusividad, relojes de campanilla, relojes de péndulo, relojes de pulsera, relojes a pilas y a cuerda y artículos de joyería.

Luego, tuvimos otro relojero, el mayor de todos los primos, William. Empezó malogrando y descomponiendo los aparatos mecánicos de su casa, cómo aprenden todos los curiosos. El muchacho, escuchaba atento y boquiabierto todo lo que contaba el tío Pancho, admirando, sobre todo, la elegancia del buen reloj que portaba usualmente el tío, en la muñeca.

Interesado en la minuciosidad y el rigor del oficio, aprendió rápidamente por su cuenta y luego en el conocido instituto. Esto le sirvió para pasar la vida en Buenos Aires y en Aruba, puntos de llegada a los que muchos peruanos iban, buscando un mejor futuro en los años 80’s y 90’s.

Un día, mientras William ponía a salvo a un pelícano en una de las soleadas playas de Oranjestad, ciudad portuaria de Aruba, una conmovida señora, se acercó a agradecerle el gesto. No supo en el momento, pero aquella señora, era tía de la Princesa Máxima de Holanda. Le preguntó entre otras cosas, sobre lo que sabía hacer, aparte de salvar pelícanos. Terminó arreglándole el reloj de su sala y tuvo para vivir holgadamente por varios meses, con casa y comida.

Otro día, logró enderezar las agujas del reloj de una caprichosa viejecita aristócrata. Tuvo casa y mujer longeva y generosa por siete días.

En San Telmo, una mujer que compraba hierba mate en el mercado le pidió: Vaya a hacerme un laburo en casa, mi reloj de la cocina no camina y mi marido pone de pretexto que no sabe exactamente a qué hora llega en la madrugada, porque el reloj no funciona.

Animado, se dirigió puntual a esa casa. La temperatura había ascendido a 31 grados. Se sacó la camiseta. Su intención, era arreglar rápidamente el reloj, para luego conversar con la jovial mujer, quien, atenta, observaba su trabajo mientras sorbía su mate,

— No sé si a la mujer le llamaba la atención mi monóculo, pero no me despegaba la vista y cada vez se aproximaba más.

Esa vez, el esposo llegó temprano. No le agradó mucho, el cuadro que presenció. Tuvo que salir corriendo, sin camiseta.

No había reparado en que la pieza principal e irremplazable del reloj, la llevaba en el bolsillo del pantalón. Aquel reloj quedó parado a las 12:00 m para siempre.

Alguna vez, tuvo grandes aspiraciones, el sueño de arreglar el reloj de la catedral en Argentina.

Una linda chiquilla, que paseaba distraídamente por la plaza, le comentó: ¿Se ha dado cuenta cómo la manecilla duda? Avanza hasta las siete y luego retrocede.

Él le juró que arreglaría ese desperfecto. Le ofreció algo que no se había logrado en siglos.

Decidido, pidió permiso al párroco y subió a la torre, pero una vez dentro de la armazón del gigantesco reloj, este se volvió loco y las manecillas empezaron a dar vueltas sin parar. Se asió como pudo de una de las agujas, quedándose prendido de milagro. Casi muere y no logró componerlo.

Años después, mejor asentado en la ciudad pudo instalarse en un puesto de la feria de antigüedades. Ahí, canjeaba, los relojes antiguos por modernos. Los jovenzuelos, le traían loos relojes invaluables de oro de sus abuelos. Aunque él salía ganando, asegura, le entristecía la deslealtad de los más jóvenes.

Los dueños de algunos relojes antiguos, solían ser excéntricos caballeros que no aceptaban la modernidad. Alguna vez, un anciano le dijo que no le gustaba el reloj cucú de la sala, no quería que diga cucú, sino otro tipo de trino. No lo logró. El viejo sacó su arma y voló la cabeza del cucú. Tuvo que ponerse a buen recaudo.

—¿Tienes algún sueño especial? — le pregunto.
—Poner una relojería con todos sus implementos necesarios y dedicarme a arreglar relojes de tourbillon.

El tourbillón, es la obra de microingeniería más extraordinaria y compleja en relojes, tiene un hipnótico movimiento que enfrenta las leyes de la gravedad. Un mecanismo que equilibra las piezas más importantes de la maquinaria, para compensar las desviaciones producidas por los continuos movimientos y cambios de posición.

—¿Alguna vez tuviste uno? — le pregunto.
—Sí.

Una vez, encontró un reloj de tourbillon de alta gama en la arena blanca de una playa, sin embargo, jugando futbol, se olvidó totalmente de su hallazgo.

Los salvavidas, alertaron sobre un niño ahogado en el mar. No lograban aún sacarlo. Nadó mar adentro con el afán de salvarlo.

—Me convertí en héroe por un día, pero perdí la valiosa pieza. No me arrepiento.

La relojería, es un mundo maravilloso, que puede atrasarte y apartarte del mundo, por horas y días, donde se pierde paradójicamente la noción del tiempo.

—¿Conoces algún chiste de relojeros?

Niega con la cabeza y luego agrega: ¿Sabes en qué oficio se encuentra a los más guapos?

—No.
—En los relojeros.
—¿Por qué?
—Porque siempre están dando la hora.

Los relojeros, a través de la mano, el ojo y el corazón han puesto tiempo a los hechos más importantes, aunque como dice el viejo dicho, en los momentos felices, el reloj, no existe.

Lima, 12 de marzo de 2023

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Psicóloga que se ha desempeñado en el área educativa y social comunitaria en instituciones privadas y estatales entre ellas el MIDIS, COARs y proyectos sociales de la Fundación Telefónica y ONGs, tanto en trabajo de campo, de orientación clínica y de coordinación dirigido a niños, niñas y familias. En todas las labores ejercidas en diversos espacios, le ha interesado sobre todo observar, escuchar y conocer la naturaleza humana, asombrándose siempre de sus creaciones y misterios. De lo que se siente más orgullosa es haber logrado "una habitación propia" y haber redescubierto, la placentera soledad de leer y escribir. Ejerce paralelamente, la experiencia de ser mamá de Cristóbal, el descubridor de mundos. Sin proponérselo, ha participado en una publicación colectiva de relatos escritos para El Mundial de Escritura, «Relatos Valientes de mentes peligrosas» (2021). En «Secretos del arte de narrar» (2018), selección de relatos de un taller dictado por Petroperú, se publicó su primer relato.

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