Cuentos

La fiesta interminable

Fue a esa fiesta arrastrada por las circunstancias, sin vestido nuevo que exhibir ni peinado que estrenar. Fue a celebrar la boda de una prima que se había ganado a pulso su antipatía desde que eran niñas. Estas dos muchachas, lindas y carismáticas, disputaron siempre los halagos de su extensa parentela, y aunque envidias, chismes y maledicencias nunca faltan en una familia, fue la prima quien alimentó con empeño esa sorda rivalidad.

La fiesta y la boda, sin embargo, dibujaban un escenario diferente. Para empezar, era un restaurante de lujosa apariencia, situado frente al mar, todos sus ambientes derrochaban glamur, luminosidad y alegría. Alexia fue recibida, además, con una cortesía que no esperaba recibir e invitada a acomodarse en una mesa especial, reservada para los familiares. Todo tenía que ir bien.

Luego de los saludos de rigor con tías y primos, el mozo le presentó dos botellas de vino: un Achával-Ferrer, Malbec 2008, de Argentina, y un Maison Roche de Bellène, Bourgogne 2008, de Francia. Ella eligió el tinto mendocino, cuyo aroma y sabor le eran más próximos. La conversación que se inició con su llegada a la mesa fue protocolar, pero amable. Alexia sintió a ratos algo de incomodidad por conservar aún las viejas rencillas de la adolescencia en el corazón. La novia lucía tan feliz que, en verdad, no merecía ser objeto, al menos esa noche, de un trato distinto al que le estaban dando. Felicitaciones prima, le susurró Alexia mientras la abrazaba, tanto tiempo ha pasado. Ella le devolvió una sonrisa y la abrazó más fuerte.

El buffet era espectacular. De entrada, había coctel de langostinos, ceviche de calamar, sushis variados, tiradito de pescado al ají amarillo, atún o salmón ahumado, carpacho de conchas, causas rellenas de langosta, langostinos, calamares, colitas de camarón, pulpa de cangrejo. De fondo, había al escoger, por ejemplo, lomo saltado clásico y saltados muy diversos, como los de langostinos, camarones, mariscos, meros, salmón y atún; también ají de gallina, seco de res, cabrito a la norteña, arroz con pato, carapulca clásica o de camarones. Qué difícil elegir.

Alexia se sirvió primero una causa con escabeche de langostinos, hecho con masa crocante de yuca, y después un sabroso filete de paiche a la brasa, con puré de papa, ají dulce, tomates a la parrilla, ensalada de plátano maduro y berros. Entonces se animó a probar el Maison Roche de Bellène, pues pensó que un vino blanco ahora caería mejor. Los solícitos mozos no dejaban que su copa estuviese vacía por más de 20 segundos. Alexia lucía más alegre que nunca.

Se sucedieron luego los episodios típicos en toda fiesta de boda: la orquesta, el baile, las pláticas, los galanteos al por mayor, los intercambios insinuantes de miradas, más música y más invitaciones para salir en danza. A sus 41 años, Alexia parecía diez años más joven y seguía concitando la atención. Esa noche en particular, a pesar de la elegante sencillez de su atuendo o quizás por eso, lo hizo de manera aún más especial. La prima, cuatro años menor que ella, se acababa de casar, los celos y las rivalidades ya no tenían lugar.

A las tres de la mañana, sin embargo, Alexia se sintió muy cansada y pidió un taxi. No soportaba más la migraña. Su tía Elena, mamá de la novia, la acomodó en un sofá en una sala reservada y le pidió que descanse, que ella misma le avisaría cuando llegara su auto. Mientras esperaba, se sacó los zapatos y puso su cabeza en el cojín un instante, pero se quedó profundamente dormida.

Aunque el ambiente en el que estaba era relativamente hermético, se sentía el ruido de la fiesta en todo su esplendor. Quizás fue eso o el terrible dolor de cabeza lo que la hizo despertarse bruscamente. Miro su reloj y vio que todavía eran las tres de la mañana. Querría decir que se quedó dormida sólo por unas fracciones de segundos. Dudó y cotejó la hora en su celular, pero en la pantalla se leía 4.00 am. Eso lo sentía más lógico, quizás su reloj se había parado. Pensó en su taxi, ya debió haber llegado y quizás hasta se debió haber ido. Salió y buscó a su tía en medio del tumulto. Los amigos y primos al verla de nuevo le sonreían y la invitaban a bailar, pero eludió a todos, estaba ansiosa por regresar a casa. Por si acaso, preguntó la hora varias veces y todos coincidían: eran poco más de las 3.00 am. ¿Entonces la hora del celular era la equivocada?

Al fin encontró a la tía Elena, sirviéndose un pedazo de torta. ¿Por qué te has levantado?, le dijo. Tía, ¿no ha llegado el taxi? Yo te aviso hija en cuanto llegue, tú descansa tranquila. Pero tía, hace una hora que espero. No hija, le respondió, recién lo has llamado, ten paciencia, yo te aviso. Una Alexia algo desconcertada se dirigió a la anfitriona y le pidió que llamen a un taxi a nombre del restaurante, quizás debí hacer eso desde el principio, pensó. No se preocupe, le dijeron, nosotros le avisaremos.

La espera del taxi se volvió insufrible. Al cabo de 30 minutos volvió a preguntar. Le dijeron que había escasez de unidades a esa hora de la madrugada, pero que pronto llegaría una. Mientras tanto, la fiesta seguía en todo su esplendor. La orquesta tocaba ahora «In the Mood», antes estuvo tocando otros clásicos de Glenn Miller, como «Tuxedo Junction», «Chattanooga Choo Choo» y «Moonlight Serenade». El vino se continuaba sirviendo y el buffet, como los panes del Sermón del Monte, parecía multiplicarse milagrosamente. La gente continuaba bailando, bebiendo y comiendo sin parar.

Cuando Alexia preguntó por su taxi por tercera vez, le dijeron que la unidad ya debería haber llegado. Ella salió a la puerta y el personal de recepción le explicó que ningún taxi había preguntado por ella, pero que le avisarán en cuanto llegue. Una hora después, el taxi seguía sin llegar y ella no podía más con el sueño, el mareo y el malestar.

Una Alexia desesperada salió a la calle. A esa hora de la madrugada y tratándose de una ruta de desvío hacia las playas, la autopista lucía desolada, el estacionamiento estaba repleto de automóviles, parecía que nadie se había ido todavía, el cielo empezaba a clarear. Entonces sacó nuevamente su celular y vio la hora: 5.20 am. El taxi fue llamado la primera vez a las 3.00 am. Entró raudamente al restaurante y preguntó la hora en la oficina de administración. Son las 3.10 am le dijeron. Imposible, les dijo con voz alterada. Miren el cielo, ¡a las tres de la mañana está oscuro! ¿Qué está pasando aquí? Los empleados la miraron con extrañeza. Buscó entonces a la anfitriona para saber del taxi. Su taxi está en camino, le comentó al verla. ¿No era que ya había llegado? ¿Qué hora tiene?, le preguntó. Son las 3.10 am.

Mientras tanto, la música sonaba fuerte, la pista de baile estaba abarrotada de danzantes, las mesas del buffet continuaban ofreciendo comida y la fila de comensales esperando turno para servirse seguía tan larga como al principio. Alexia regresó a su mesa. ¿Más vino señorita?, le preguntó el mozo, tengo un rosado español del 2009, un Cillar de Silos muy bueno. No, no, dijo ella con fastidio. Los primos que no estaban bailando le hacían preguntas sobre su tienda. Alexia era artesana, fabricaba y vendía juguetes de madera. ¿Qué hora tienen?, respondió ella secamente. Las 3.10 am le dijeron. No puede ser, reaccionó con fastidio, ¿es que aquí el tiempo no pasa?, esto es una broma y no me hace gracia.

¿Bailas ahora Alexia?, la abordó de pronto Pavel, un amigo de la familia de la novia que había intentado sacarla a la pista toda la noche sin éxito. Alexia le iba a responder con tosquedad que no estaba de humor, estaba muy fastidiada, pero se le ocurrió preguntarle: ¿Tienes auto? Sí claro, le respondió. Está bien, le respondió Alexia muy decidida, bailamos esta pieza y después quiero pedirte que me lleves a mi casa, ¿no te molestaría? Me apenaría mucho que te vayas, le dijo, pero claro, te llevo a tu casa si me permites invitarte en otra ocasión. Alexia lo miró fijamente. Por supuesto, cualquier día, ahora vamos a bailar.

Tal como fue pactado, bailaron una vez y pese a los ruegos de su acompañante, Alexia se mantuvo firme en su deseo de irse a casa. A su pedido, salieron sin despedirse de nadie. El cielo estaba aún más claro del que había visto hace una hora. Pero el motor del auto no encendió. Alexia sacó su celular y vio que eran las 6.30 am. Marcó el número de su papá, quien le respondió medio dormido. Le explicó la situación y le rogó que venga a recogerla. El padre, que vivía solo, pero estaba siempre disponible para su única hija, le dijo que se cambiaría e iría por ella de inmediato.

Entremos, le pidió a Pavel, necesito ir al baño, me siento mal. Una vez adentro, Alexia se reencontró con el mismo bullicio, la fiesta lejos de declinar parecía haberse reiniciado, todos comían, tomaban y bailaban sin descanso. Necesito recostarme un ratito, le dijo y se dirigió a la habitación donde su tía la había llevado antes. Pavel, por favor, dile a mi tía Elena que me avise cuando llegue mi padre. Se recostó en el sofá y volvió a dormirse.

Treinta minutos después su papá llegó. Una consternada tía Elena salió a recibirlo. Debes ir al Hospital, le dijo, Alexita fue llevada de urgencia, tuvo una convulsión y se desmayó. Felizmente estaba Pavel, que es médico, él la ha atendido hasta que llegó la ambulancia. No sabía dónde avisarte. Pero cómo es posible, preguntó el padre. Ella me ha llamado hace poco pidiéndome que venga a recogerla, yo no sabía que estaba aquí ¿a qué hora pasó todo esto? Ya son las cuatro, respondió la tía, pero ella convulsionó a las tres de la mañana y perdió el conocimiento ahí nomás, a eso de las tres y diez.

Lima, 24 de marzo de 2013

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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  • LUIS ALIAGA

    Profesor Guerrero fui su alumno en la Escuela de Directores de IPAE en el año 1997. Que gusto saber de su sensibilidad literaria y reflexiva, espero poder compartir historias y experiencias en su blog.

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