Cuentos

El mapa de su audacia

El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo
Proverbio chino

El tiroteo era feroz. Había policías por todos lados, la gente corría de un lado al otro y los incesantes gritos llenaban la atmósfera de una energía negra y pesada. Se acababa de producir un robo a una agencia bancaria y la persecución a los asaltantes era implacable. Lena y Marcial se encontraban de manera casual a una cuadra de la agencia, pues en esa calle quedaba Rock and Roller, una conocida tienda que vendía y reparaba patines. Lena le venía insistiendo hacía varios días que la acompañe a llevar los suyos. Los muchachos, presas de pánico, se habían escondido detrás de un depósito municipal de basura esperando que cese el jaleo. De pronto dos tipos se acercan a toda carrera, arrojan tres bolsas de tela al basurero y emprenden la fuga. Lena asoma, toma las bolsas y descubre al abrirlas que estaban repletas de billetes. Los chicos se miraron por unos segundos y sin decir palabra, las acomodaron en sus respectivas mochilas. Esperaron unos minutos y salieron de su refugio para meterse en el taller de patines. No había más clientes. Lena sacó sus patines y le dijo al técnico que las botas se desprendían de los remaches, quedaban flojas y el patín terminaba muy suelto de un costado. Si puedes hacer limpieza y engrase de los rodajes, mejor todavía. Esperaron 40 minutos, sabían que les convenía que el tiempo pase, pero les pareció vivir la eternidad. En algún momento ingresó a la tienda un hombre muy bien vestido al que se le notaba contrariado y que pasó de frente a las oficinas casi sin saludar. Permanecieron calladitos todo ese rato, tomados de la mano, sentados en un taburete. Al salir se subieron al primer taxi que paró. El tráfico estaba pesado, el auto demoró casi una hora en llegar a la casa de Marcial y durante todo el trayecto, ninguno de los dos abrió la boca.

Marcial, un joven estudiante de administración, vivía solo con su abuelo, un hombre de 72 años que invertía buena parte de su tiempo en jugar ajedrez con sus coetáneos en el Club del Adulto Mayor de su distrito. Lena, su novia, estudiaba con él en la misma facultad. Ambos habían entrado a la universidad hacía dos años. Presionados a estudiar una carrera que no eligieron, en nombre del realismo y el mercado, los había unido el desencanto con sus familias y sus deseos de construir un espacio común de felicidad en los márgenes de la voluntad de sus padres, tomando su carrera con mucha liviandad y su romance muy en serio.

Dios mío, ¡qué vamos a hacer con todo esto! gritó Lena, ya en la casa de Marcial. ¿Vendrán por nosotros los ladrones… como en las películas? No lo creo, dijo Marcial. Nadie nos ha visto. Los tipos abandonaron el botín para que no los agarren con las manos en la masa y no sabían que estábamos allí. Cuando salimos no había policías ni nadie en la calle y nos metimos al toque en la tienda. Nadie sabe que tenemos esto. Nada nos vincula con el hecho. No lo devolveremos ¿verdad? le preguntó a Lena. Ella sonrió y exclamó ¡ni loca! al banco no le hace falta y tiene un seguro de respaldo, ¡es todo nuestro Marciano! Pero hay que contarlo, le indicó Marcial, hay que contarlo todo. Dos horas después y luego de varios repasos, ya no quedaban dudas: había cuatro mil billetes de 200 soles y dos mil billetes de 100.

Al día siguiente salió la noticia en los diarios y en la TV. La balacera, los heridos, los capturados y el millón de soles que se hizo humo. Ladrones y policías se recriminaban mutuamente por su misteriosa desaparición.

En marzo del 2003, un día antes del bombardeo a Irak por los Estados Unidos, el presidente Hussein envió a su hijo Qusay a retirar del Banco Central de Irak alrededor de mil millones en dólares norteamericanos, en billetes contantes y sonantes, mediante una carta escrita y firmada de puño y letra. Sólo 650 millones fueron recuperados más tarde. Marcial sabía que este había sido el robo a un banco más grande la historia. Comparado con eso, el millón de soles que se habían embolsado equivalía a menos del 0,05% de esa astronómica cifra. Una insignificancia. Pero en su vida habían visto tanto dinero junto y la excitación los tuvo aturdidos primero y eufóricos después hasta las lágrimas. El futuro lucía ahora muy promisorio. Sentían por primera vez que sus sueños no tenían límites. Había mucho por planear, infinitas precauciones que tomar, reglas de juego que acordar y todo con cabeza fría. Pero no esa noche.

Marcial le dejó una nota a su abuelo y Lena llamó a su madre. Ambos tendrían una fiesta esa noche y no volverían hasta el día siguiente. Para suerte de Lena, su madre siempre le decía que era preferible eso a que salga sola de madrugada a buscar un taxi. Lo que hicieron en realidad fue comprarse ropa nueva en una de las mejores boutiques de San Isidro, una botella de vino italiano –un Foss Marai del que Marcial siempre había escuchado hablar al abuelo- y tomar una habitación en el gran Hotel Bolívar, cuyo famoso bar había sido visitado una vez con sus amigos de la facultad. Ya tenían 20 años, podían hacer eso sin pedir permiso.

Lena se tomó 50 minutos en elegir su atuendo y Marcial conoció por primera vez el valor de la paciencia. Marcianito no pongas esa cara, no puedo ponerme lo primero que veo, tengo que comparar, le explicaba a su novio. Luego vendría la peluquería. Lena se hizo un peinado espectacular, al nuevo estilo de Emma Watson, pero que le costó una hora extra de espera a su acompañante, sentado en un sofá con la botella de vino en la mano y aburrido de leer y releer diez veces la revista Cosas.

Afortunadamente, la vida tiene sus compensaciones. Lena quedó bellísima y tanto que Marcial corrió a comprarse la cámara fotográfica de sus fantasías, una de 16 mega pixeles, para dejar registrada cien versiones de tan maravillosa imagen. Esa noche fue inolvidable. Luego de la sesión fotográfica, los chicos comieron hasta reventar, se bebieron el vino sin respirar, se amaron con locura, aunque se les hizo muy difícil después conciliar el sueño. Ese millón caído del cielo era en verdad un pasaporte al futuro, al futuro más ajustado a sus deseos que hubiesen podido imaginar jamás.

Durante el desayuno, que hicieron subir a la habitación, la pareja se puso a planificar sus inversiones. Lena quería estudiar educación y Marcial periodismo. Se pasarían a una mejor universidad y se pagarían sus estudios. Lena quería promover talleres de arte en las zonas más populares de Lima, llevarles a los niños oportunidades para disfrutar de la música, la pintura y el teatro. Marcial quería hacer crónica fotográfica con los rostros desconocidos de las ciudades, esos que los habitantes otras clases sociales desconocen o prefieren ignorar. Viajaría mucho, dentro del país y también al extranjero. ¡Me llevas contigo! gritaba Lena eufórica, ¡yo quiero recorrer el mundo!

Los huevos revueltos con jamón ya habían sido consumidos, la canasta de pan y la jarra de jugo de naranja lucían vacías. A mí me gusta la playa Marcianito, yo quiero que compremos una casa en la playa, le dijo Lena. El mar me da energía y para todo lo que quiero hacer ¡la voy a necesitar! Además, ¿no te gustaría verme con la piel dorada todo el año? Marcial sonreía y apuntaba. Está bien, le decía, pero después hay que sumar, no nos vamos a tirar toda la plata de golpe. Además, hay que gastar de a poquitos porque si no van a empezar decir de dónde gastan tanto estos mocosos que ni trabajan. Hay que invertir también en algo que dé plata, si sólo sale el dinero llegará el día en que se acabe. Eres un viejo, le dijo Lena con ternura, ¡piensas en todo! y se sentó en sus piernas con intención de besarlo y abrazarlo fuerte.

En su sala había un antiguo y hermoso baúl de madera repleto de cosas viejas del abuelo que jamás se abría y que fungía de mesita de centro. Marcial se deshizo furtivamente de ellas y reemplazó los trastes con los billetes, le compró un candado y puso sobre él un hermoso manto cusqueño, un legado de mamá que permaneció guardado en el ropero por años. Devolvió a la superficie el florero y el ajedrez de porcelana, y respiró profundamente. No se tropezó con el abuelo sino hasta varios días después. Luego de algunos meses, como era de suponer, el robo dejó de ser noticia y la propia policía pasó a otra cosa.

Transcurrieron tres años desde el inicio de su nueva vida. Ambos se acababan de graduar en la universidad y habían concretado ya todos sus planes. Lena, redescubierta y reinventada como artista y educadora de niños, dirigía un hermoso proyecto cultural con resonancias internacionales. La revista de Marcial circulaba por toda Latinoamérica, era famosa y había logrado tantos auspicios que se pagaba sola. La casa de la playa, situada en un condominio privado de la playa Los Órganos, 10 km al sur de Máncora, era una hermosa realidad. Como ambos tenían alguna formación en administración de negocios, supieron hacer algunas inversiones que les estaban reportando buenos réditos. El abuelo había fallecido hacía un año, aunque hasta entonces había sido objeto de toda clase de engreimientos por parte de su único nieto.

Pero la pareja discutía con cierta frecuencia. Ella, por ejemplo, esperaba que Marcial tomara más iniciativa en varios aspectos de la vida en común, sacar al perro, botar la basura, visitar a su mamá. Luego, ella no disimulaba su resentimiento hasta que Marcial se diera cuenta de su falta. Como eso no solía ocurrir, Lena le aplicaba la ley del hiel. Hacía tres días que no le hablaba. Marcial no tenía mal carácter, pero le gustaba recurrir a la ironía cuando se fastidiaba, algo que a ella molestaba más todavía. Si yo no hubiera recogido el dinero no tendríamos nada, solía ser el mejor golpe de Lena. Si yo no lo hubiera guardado y administrado, no tendrías nada de lo que ahora tienes, era la respuesta de él. Aunque el episodio del origen del dinero siempre regresaba de un modo u otro, Marcial amaba a Lena, vivía para darle gusto.

¿Te gusta mi bronceado? Preguntó Lena esa mañana como para hacer las paces. Tienes piel de princesa, le respondió Marcial mientras ojeaba el diario en la terraza, de cara al mar ¿De una cautivadora princesa del oriente misterioso, cuyos súbditos anticipan sus deseos en el brillo de sus enormes ojos negros?, le dijo ella. Sí, le dijo él. ¿Y qué deseo ahora?, insistió Lena, aproximándose a él. ¿Un viaje a Disney? respondió Marcial sonriendo, pero sin quitar la vista del periódico. No, le dijo ella. ¿Vacaciones en Río? insistió él. No, le dijo ella, ya a 30 cm de distancia.  ¿Y qué tal esta noticia?, dijo Marcial, mientras doblaba el diario en dos para mostrárselo a Lena:

Resuelto el caso del robo del millón de soles

La nota, escondida en las páginas interiores, daba cuenta del robo a la misma agencia bancaria de hacía tres años. Decía que las investigaciones habían llegado hasta las entrañas de una red de corrupción que involucraba a miembros de la empresa de seguridad y el propio banco, que todos los implicados fueron capturados y que bajo esta misma modalidad –que proporcionaba a la banda información privilegiada- se habrían cometido otros asaltos en diversas agencias de Lima. Parte del dinero habría sido presuntamente recuperado, aunque no se sabía a ciencia cierta pues no había registro de los números de serie de los billetes robados.

El informe revelaba detalles antes no divulgados. Por ejemplo, que esa mañana el asalto falló porque un septuagenario había armado un escándalo minutos antes cuando se le atracó su tarjeta de débito en un cajero automático. El tumulto que se armó puso en alerta a la policía. El auto en que huían los ladrones, además, había chocado aparatosamente con una camioneta particular que, ahora se dio a conocer, pertenecía a la empresa Rock and Roller, cuyo administrador se encaminaba a realizar una operación en la agencia. El nombre del anciano que hizo el escándalo, según el diario, era el del abuelo.

Lima, 13 de enero de 2013

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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