Llegaste a buscarme a mí. Sin planes, sin anuncios, así no más, traído por la vida. Ayúdame a recordar si fueron dos o tres las horas que pasamos juntos. Las horas en que pusimos en paréntesis las obligaciones del día para inventar -en una cadena interminable de instantes- mil y una manera de pasarla bien, sorprendiéndonos mutuamente, burlándonos el uno del otro y riéndonos de todos a nuestro alrededor. Tu abrazo me enterneció, tus ojitos brillantes y tu sonrisa tímida me hablaban de tu alegría de verme, la misma que sentí yo al verte cruzar mi puerta.
Nos bastaron pocos segundos para entrar en complicidad. En seguida vinieron los dos dibujos maravillosos que aún conservo y que pintaste con mis colores rústicos, esos que jamás pensé ver convertidos de objeto admirable en objeto útil y que ahora no tienen punta; el torneo de pelotas encestables, aprovechando que los tachos de basura estaban por lo pronto vacíos; el juego del carrito, otro ornamento que antes me servía para ver la hora transformado repentinamente en un thing game for kids; el rompecabezas de bola roja y tus ensayos absurdos que nos arrancaron tantísimas carcajadas; la guerra de aviones, varios de los cuales terminaron estrellándose en el rostro sorprendido de ocasionales y distraídos visitantes; el juego de dados, con castigo asqueroso para el ganador de cada vuelta y que casi siempre recibí yo. Sólo mi lápiz gigante pudo ser rescatado de tu euforia encantadora.
Hacía mucho que el discurrir del tiempo en ese rincón de la oficina no se cargaba de tanta gratuidad. Es decir, de tanto derroche de intensidad apoyado en un sencillo porque sí, en la necesidad de reír sin propósito, de sentirse bien con el otro sin más interés que divertirse en el hacer compartido, en un hacer banal pero teñido de disfrute y de belleza. El deber se encogió por unas horas para recibir de ti esa sobre dosis de placer y bondad inmotivados, que renovó mis ganas de ser yo por el resto del día.
Desde chiquito quería ser doctor, pero después me enfermé y me hice músico, escribió Kevin Johansen en una canción dedicada a Charly García, en la que le agradece «por enseñarnos que la alegría no es solo brasilera». No se que quieras hacer después de ti y de tu vida. Difícil saberlo a ciencia cierta a los cuatro años. Pero sea cual fuese el destino que decidas construir, si quieres ser feliz y hacer felices a todos los que ames, lo que ahora eres no lo canjees jamás por solemnidad ni se lo empeñes nunca a la cordura. Gracias por elegir ser mi amigo, gracias por regalarme tanto afecto sin pedirme antecedentes.
Lima, 2 de noviembre de 2006
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