Yosselin Amaya

El perfume

Era de noche. Subió de prisa las escaleras hasta llegar a mi departamento, al tercer piso de una quinta en la calle Salazar Bondi. Atravesó la sala sin saludar a los amigos que conversaban animadamente. Sólo me percaté de su presencia cuando lo vi asomarse a la cocina, donde estaba sirviendo café. Algo más fuerte que sus propios sentimientos lo detuvo en el marco de la puerta. Me miró como si nunca lo hubiera hecho, como si la mujer que se encontraba frente a él con la cafetera suspendida en el aire fuera alguien a quien no conocía. Ese tiempo se me hizo eterno, pude observar con detenimiento su rostro joven, su cabello lacio, sus pequeños ojos negros. Apenas tenía 26 años. Me di cuenta que llevaba la misma ropa que había usado ayer en la oficina. No pude evitar llorar. Me incliné ligeramente de espaldas hacia el soporte de la mayólica, agaché la cabeza aceptando mi culpa y él se acercó a consolarme. Me fue imposible sostener la mirada, sentí sus ojos atravesar mi alma. Después de un profundo silencio, en el que ninguno de los dos se atrevió a esbozar una sola palabra, al fin confesó que lo sabía todo. —Te conozco demasiado bien — me dijo, tu dolor de cabeza, tu postura inclinada, tu voz pausada o tus raros silencios, me lo han dicho todo. Mi debilidad lo atraía, intentó besarme y yo me rehúse. El dolor no me dejó hacer aquello que tanto deseaba, porque sabía que sólo de esa forma, sólo en ese momento, sólo en aquel sueño; la suavidad de su trato me alcanzaría.

“Hace mucho no sentía lo que siento en este día,
no puedo explicarme nada
Solo tengo tu mirada aquí clavada entre mis ojos,
Solo tengo un raro antojo de extrañarte cada día…”

El anuncio

Hoy voy a verlo después de cinco años. Después de haber recorrido el país, haciendo y rehaciendo mis sueños, después de algunos amores fortuitos y otras relaciones fallidas y de haberlo evitado hasta el cansancio. Desde que me mudé nuevamente a Huaraz, supe que nuestro encuentro era inevitable. Ambos tenemos los mismos amigos y frecuentamos los mismos lugares. A diferencia suya, yo abandoné varias rutinas que nos unían, incluso perdí contacto con algunos amigos en común. Él todavía visita las mismas cafeterías, camina por las mismas calles y se dedica a lo mismo de siempre. En la radio sonaba esa canción de Daniel Lazo: Vuélveme a pedir, que me vaya y que regrese, si me quieres extrañar, que mi voz y tu sonrisa vuelvan a soñar…” cuando mi móvil empezó a timbrar. Era él.

— ¡Aló!
— Hola Ana, soy Carlos
— ¡Qué tal Carlos! ¿cómo estás?
— ¡Bien! ¡Bien! ¿Tienes tiempo hoy?, supimos que llegaste a Huaraz, queremos que te reúnas nosotros, el licenciado Joel y yo estaremos felices de verte.
—¿Dónde?
— En la esquina del banco, ¿recuerdas? el point de siempre, ¿nos vemos a las 6:00 pm?
— ¡Claro! ahí estaré.

Sí de algo puedo presumir es de mi excelente capacidad para fingir y responder sin sobresaltos a situaciones que me desbordan. Mientras hablábamos, evidencié sólo la emoción necesaria para no despertar ninguna alerta, quería demostrar que era yo, la amiga que fue antes de ser infectada por el amor, la había vuelto a ser la misma.

No podía demostrar mi nerviosismo y, a la vez, no podía evadir otra vez el reencuentro. No podía justificarme como tantas veces diciendo que estaba fuera de la ciudad o que tenía mucho trabajo. Era tiempo de enfrentar la incertidumbre sobre mis propios sentimientos. Quería comprobar que significaría compartir nuevamente un espacio con él.

“…Ahora que con el tiempo logré superar
Aquel amor que por poco me llega a matar,
Ahora ya no hay más dolor
Ahora al fin vuelvo a ser yo…”

El perfume

Unas horas después de la llamada, resignada a la imposibilidad de concentrarme en el trabajo, me tumbé sobre la cama para dejarme llevar por los recuerdos de aquellos meses de caos. Recordé el día que se fue del trabajo, la última discusión que tuvimos en la oficina, su negativa a conversar conmigo y otras situaciones que me afectaron por meses. De pronto, el maullido de mi gato me regresó al presente. Sin querer fijé mis ojos en el perfume que estaba sobre una repisa, un frasco transparente de contenido azul. Ya no recuerdo su aroma, sólo pude usarlo un par de veces antes que el aerosol se dañara. Era un obsequio de él y llevaba cinco años recorriendo el país conmigo. Una vieja leyenda dice que sí alguien que amas te obsequia un frasco de perfume, el contenido representa su amor, por lo que jamás debería agotarse sin ser reemplazado por otro. A mí me pasó algo inusual, el aerosol se dañó, su contenido ya no puede ser utilizado.

“Tiempo para poder curar nuestras heridas
Tiempo para empezar de nuevo nuestras vidas
Tiempo para saber si tú me necesitas
Tiempo para saber si me quieres o me olvidas”

El amor

Me quedé pensando en esa leyenda y en el perfume que conservaba. ¿Tendría algún significado más profundo del que podría comprender? Miré la hora en el celular, eran las 4:30 de la tarde, sólo faltaba una hora y treinta minutos para verlo, me incorporé de prisa. Necesitaba asearme, arreglar mi cabello, vestirme adecuadamente. Camino a la ducha reí como loca, por suerte no había nadie en casa. Porque asearme significaba solo un buen baño con agua caliente, arreglar mi cabello era hacerme la media cola de siempre, y vestirme era ponerme mis jeans favoritos, mis botines negros y una cafarena del mismo color. Yo corría frenéticamente a la ducha, como si una bañera de espumas me esperara, como si tuviera una sesión en el SPA o me tocara usar un vestido muy especial.

Mientras me arreglaba, rebobiné el tiempo, y me situé un año antes de abandonar Huaraz. En una de nuestras tantas salidas, ambos tuvimos que acompañar al licenciado Joel a casa de su suegra, habíamos estado deambulando por el centro de la ciudad, conversando de todo como era nuestra costumbre. Los tres trabajábamos en la oficina de un programa nacional de pensiones, así que jamás nos faltaban temas de conversación.

Carlos estacionó su auto para esperar al licenciado. Sólo estábamos nosotros dos. Se hizo un silencio, pero no un silencio vacío, era uno lleno de intimidad, aquél en el que aún sin pronunciar palabras, dos personas se entienden. Esa noche no tuve más dudas, lo quería. Pero nunca existieron condiciones para ese amor. Yo jamás le confesé nada, pero él lo supo todo. Fueron meses complicados, fiel a su carácter impetuoso dejó el trabajo tras enterarse de mis confusiones, me gritó que le había fallado, que había arruinado nuestra amistad, me acusó de dañarlo todo.

Desde que se fue me llené de culpa. Durante meses creí poder enfrentar la situación y negarlo todo, pero siempre venían a mí sus últimas palabras: “Tú no eres capaz de querer a nadie…”

Ocho meses después me enteré de su doble amorío. Él llevaba mucho tiempo manteniendo dos relaciones en paralelo. Ambas mujeres, al enterarse de su juego, le armaron un escándalo. Fue tan sonado que tuvo que dejar la ciudad por algunos meses. Mi culpa desapareció al enterarme, me hice amiga de una de las afectadas y guardé el amor en la maleta, no a causa su valía, sino por mi masoquismo.

La huida

Mi primera noche en la comunidad, después de dejar Huaraz, estuvo repleta de nostalgia. Me alojé en aquel pueblo, creyendo que lejos de lo que sea que me hiciera recordarlo podría cerrar aquella historia que jamás comenzó. Quería verlo como realmente era, aunque aún hoy no sé realmente quién es. Llevé conmigo el perfume Blue. Estuve dos años en esa comunidad, fui maestra y después comadre, Intentaron casarme con un joven de la comunidad, rehuí el compromiso argumentando que tenía novio y que me esperaba en mi ciudad. Viajé a los pueblos de la sierra de Lima hasta llegar a Chisque, dónde la población me abrazó con hospitalidad y donde unos sabios ancianos me hablaron de sus viejos amores, ninguno imposible ni complicado, todos venerados.

El encuentro

Él estaba ahí, parado en la esquina del banco. Llevaba puesto unos jeans, y una polera beige. Me saludó con mucha amabilidad y una enorme sonrisa. Caminamos alrededor de la plaza mientras esperábamos a nuestro viejo amigo. Al rato me di cuenta, él seguía siendo el mismo, yo no. Seguía aferrado a sus viejas ideas, a sus hábitos, creyendo que él mundo era como él lo describía. Suspiré aliviada. El Carlos de mis recuerdos, no existía. El hombre idealizado sólo habitaba en mis diarios, actuaba como personaje principal en mis novelas y ahí se quedaría eternamente. El hombre frente a mí, con esa sonrisa extraña, los hombros extremadamente anchos y los mismos jeans de hace cinco años, no me despertaba ninguna pasión, unas veces me arrancaba carcajadas, y otras una gran impaciencia.

La invitación

Hoy me llegó la invitación al matrimonio de Carlos y su novia, a la que aún no conozco. Es una tarjeta crema con cintas amarillas a los costados. Dice Carlos & Denisse han decidido unir sus vidas…

Saber dónde estás
Y no poder llamarte
Me gasta la vida
Me envenena el aire

Huaraz, 23 de julio de 2023

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Mi nombre es Yosselin Yudith Amaya Cabello, nací en la ciudad de Casma, y volví a nacer 25 años después en un pueblo llamado Uchuhuayta, al redescubrir mi propósito en la vida: ser docente y dedicar mi vida a la enseñanza y escritura. Actualmente trabajo en diferentes proyectos educativos en el Perú desenvolviéndome cómo líder. Soy coautora del libro de cuentos "Veintitrés mundos: antología valiente de relatos peligrosos".

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