Naddia Altamirano

Consejos de una costurera para tener «cinturita» este verano

Uno de los temas sensibles percibidos en estos días, es el tema de la gordura y la desproporción ganada por los malos hábitos arrastrados desde la etapa de encierro durante el confinamiento.

Los gimnasios se abarrotan de gente, todos quieren resultados rápidos, dietas de tortura, batidos verdes toman protagonismo, fórmulas fallidas, abundan.

Este tema superficial de preocupación mundial, en otras épocas, era descubierto primero, por las personas que confeccionaban los trajes a medida.

Costureros y costureras unidos, jamás eran vencidos, gracias a su ingenio y al filo de sus tijeras, como únicas armas ante la gordura. Ellos y ellas lidiaban grandes y secretas luchas. Héroes anónimos, hacían malabares para disimular estas irregularidades y dejar al cliente satisfecho.

Pude comprobar este tema sensible, cuando le pasaba los alfileres cabezudos a mi mamita Paula en su sala de confecciones. Ana Paula Plascencia Revoredo, es el nombre completo de mi abuela, ella heredó el oficio de sus antepasados y lo pasó de generación en generación, a hijas y nietos. Un oficio que hoy en día es un servicio de lujo, puesto que muy pocos se mandan a hacer algo exclusivo. La practicidad y economía hace recurrir al ciudadano común, a las confecciones hechas en serie.

Nada es más delicado en esta labor, que decirle al cliente cual es la dimensión de su cintura (y si no pregunta es mejor quedarse callado). Influye el tono de voz, las palabras utilizadas, cuándo y cómo se lo diga. No será lo mismo decir: usted mide de cintura cien centímetros, a decirle, su cintura mide veinte centímetros menos que su cadera… y está bien.

Hay medidas básicas que uno no puede dejar de hacer cuando se prepara la confección de un vestido, falda o pantalón y es lo primero que los clientes preguntan: ¿Cuánto mide mi talle?, ¿cuánto tengo de busto?, ¿y mi cadera?… pero sobre todo… la cintura. En esos momentos, es importante conservar el ánimo positivo del cliente, asegurarle que la prenda quedará convertida en una obra de arte y que confíe en las buenas manos. Se debe exigir sí paciencia, que no se mueva para tomar las medidas correctas.

Sin querer, fui testigo de la medida directa que hacía mi abuela en los contornos de barrigas de los múltiples clientes, pudiendo comprobar un detalle importante: la precisión. Cuando se mide y se quiere ser exacto, se tiene que medir sobre la piel misma, por tal motivo, me vi obligada a ver cientos de ombligos de señoras y señores, generalmente ombligos perdidos en pantanos de gelatina, que lucían como resentidos y tristes, ocultos en su propia vergüenza.

Si bien la cinta métrica es la aliada principal, es aún más importante en esos momentos, pensar que la almohadilla de alfileres en forma de corazón, es el delicado corazón de tu cliente. En el momento que se toma las medidas, se recomienda mucho al cliente “ser honesto” y no contener la respiración, “no hundir la barriga”, porque una vez hecha la prenda, podría correr el riesgo que se les revienten las costuras, además, estaría haciendo un gasto inútil.

Los tiempos han cambiado, quedaron atrás esos cuentos y crueles mandatos estéticos, en que la cintura, sobre todo de las mujeres, debía medir sesenta centímetros, sin importar la estatura, obligándolas a usar corsés y demás suplicios. No olvidar nunca, lo importante es la proporcionalidad y el conjunto de componentes físicos y sobre todo la gracia natural que todo ser lleva.

Me atrevo a dar algunos consejos más de costura, que los años y la labor me han dado:

Si es tu cliente usual, jamás debes hacer comentarios sobre las cifras que exceden a la media para su talla.

Siempre tienes que halagarlo, hacerle sentir bien y dejarlo contento por cómo le queda la prenda que has elaborado con gran dedicación. Cliente satisfecho, cliente que regresa.

Debo agregar, que mi abuela Ana Paula, inspiradora principal de este recuento de pautas, era conocida, no sólo por el don que tenía para coser, sino por su estrecha cinturita.

Cualquiera podría imaginarla como una mujer desabrida diciendo: “Nada de comidas flatulentas, chau chau harinas, cero azúcar por favor y mucha agua”, pero no. Ella, además de la precisión en la costura, tenía un gusto especial por la cocina, no solo en la elaboración, sino en el disfrute de comer y compartir sus propios preparados. En otras palabras, era de buen diente, sobre todo de dulces, postres y pastelillos.

Cada mes, se daba un gusto personal. Elaboraba el quesillo, un dulce hecho de queso de cabra con miel en base a azúcar rubia y canela, también preparaba la melcocha, un dulce escandaloso para todo diabético Para este último, hervía el azúcar en un poco de agua, hasta que se derritiera, al agarrar punto, le echaba unas gotas de limón, vaciaba la masa en una superficie seca al aire libre, agregaba maní tostado y molido, estiraba la masa con agilidad y delicadeza. Al contacto con el aire y el movimiento, la masa, adquiría ligosidad y blancura, luego formaba pequeñas tiritas y le daba una forma helicoidal a cada tira, logrando pequeños bollitos. En nuestras bocas, eran el dulce más suave y pegajoso del mundo. Tibio y a la vez delicioso. Bueno, culpa también tiene ella, que nos llenemos de caries a temprana edad.

Otro consejo de costurera que ella daba, era que no había forma de atraer a la clientela sino dando el ejemplo, por lo que, en cada prueba de fuego (momento en el que el cliente se prueba la prenda para hacer los últimos ajustes), ella se colocaba bonitos vestidos que marcaban su cintura, la cual nos dijo alguna vez a nosotras, sus nietas gordinflonas, medía sesenta y dos centímetros.

Tuvo catorce hijos y según cuentan conocidos y desconocidos, jamás vieron gorduras en su pálido vientre, ni en las etapas otoñales de mayor gravidez. Entonces, lo que finalmente puedo decir, es que una cintura delgada, es una cuestión de genética y no sólo de hábitos alimenticios.

No hay una relación exacta entre la proporción de la cintura y las cosas que se come, así que repito lo que ella decía: Viva y dese sus gustos de vez en cuando. No se arrepienta, siga comiendo. No hay barriga fea, sino descontenta y mal querida.

Lima , febrero de 2023

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Psicóloga que se ha desempeñado en el área educativa y social comunitaria en instituciones privadas y estatales entre ellas el MIDIS, COARs y proyectos sociales de la Fundación Telefónica y ONGs, tanto en trabajo de campo, de orientación clínica y de coordinación dirigido a niños, niñas y familias. En todas las labores ejercidas en diversos espacios, le ha interesado sobre todo observar, escuchar y conocer la naturaleza humana, asombrándose siempre de sus creaciones y misterios. De lo que se siente más orgullosa es haber logrado "una habitación propia" y haber redescubierto, la placentera soledad de leer y escribir. Ejerce paralelamente, la experiencia de ser mamá de Cristóbal, el descubridor de mundos. Sin proponérselo, ha participado en una publicación colectiva de relatos escritos para El Mundial de Escritura, «Relatos Valientes de mentes peligrosas» (2021). En «Secretos del arte de narrar» (2018), selección de relatos de un taller dictado por Petroperú, se publicó su primer relato.

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