Cuentos

Ratas en la oscuridad

Ha pasado más de un año, pero nadie ha podido hasta ahora devolverle las ganas de vivir. Perdió el trabajo, se alejó de todos, pasa sus días ahí donde lo ves. Siempre con la misma ropa, despeinado, con cara no haber dormido. El vaso de pisco parece una extensión de su cuerpo. Sus amigos vienen a acompañarlo un rato de vez en cuando y lo llevan a su casa cuando ya no puede hacerlo por sí mismo. Nos cuenta la misma historia una y otra vez. Hay días en que agrega detalles nuevos, nadie sabe si es porque de pronto lo recuerda o porque el tiempo ha ido borrando las fronteras de la realidad. Como te dije ayer, tengo la esperanza de que puedas hacer algo por él. Se ha negado siempre a recibir tratamiento, no le diré que eres psiquiatra, te voy a presentar como un amigo, quiero que lo escuches y me digas si puedes ayudarlo.

Los dos hombres conversaban en voz baja en la puerta del bar, contemplándolo con lástima. Eduardo estaba sentado en la esquina de siempre, estaba solo. No siempre vienen a buscarlo los amigos. Se acercaron lentamente hasta su mesa.

  • Eduardo, hola. Cómo estás.
  • He venido con un amigo que quiere conocerte, está interesado en tu historia.
  • ¿Ah sí? ¿Y cómo así?
  • Hola, mi nombre es Miguel López, soy periodista y me dedico a investigar, experiencias, digamos, fuera de lo común. Su hermano me contó su caso y, si está de acuerdo, me encantaría escucharlo.
  • Mozo por favor, traiga dos chilcanos más. Esto dos señores dicen que me quieren oír. No, mejor tráigame tres. Así que periodista, ¿no?
  • Su hermano me dijo que todo empezó a fines de octubre pasado. ¿Me puede decir exactamente qué ocurrió?

Eduardo terminó el medio vaso de chilcano que aún tenía sobre la mesa de un solo trago e hizo al mozo un ademán con las manos para que apure el nuevo pedido.

  • Al comienzo pensé que era una rata. Era un chillido como el de la rata, agudo, repugnante. A ratos parecía el sonido que hacen dos metales cuando se frotan o como el que hace el tenedor cuando lo arrastras sobre un plato de loza. Era como si el sonido mutara, como si fueran dos o tres tonos o frecuencias del mismo ruido.
  • ¿Y de dónde parecía venir? ¿Lo sentía dentro o fuera de la casa?
  • Adentro, lo sentía adentro. Parecía venir del primer piso, pero cuando bajaba no se escuchaba nada. De pronto lo sentías arriba. Subía a la carrera y dejaba de escucharse. Revisaba todo y no encontraba nada. Luego de un largo silencio me volví a acostar. Y no se volvió a oír el resto de la noche.
  • Pero su hermano me ha contado que esto se repitió varias noches, ¿verdad?
  • Sí. Todas las malditas noches. Fueron casi dos semanas sin poder dormir bien por ese espantoso ruido. Puse veneno para ratas en toda la casa, pero no cayó ninguna. Si no eran ratas, ¿qué podía ser? Podría haber pensado que los vecinos estaban haciendo una reparación con alguna máquina rara, pero ¿de madrugada? Además, el sonido venía de mi propia casa, eso estaba claro.
  • Perdone que se lo mencione, sé que es doloroso para usted, pero me contaron que su esposa no lo escuchaba.

Ernesto se calla por un largo minuto y apura su trago. Luego mira al mozo y le pide un chilcano más. Los vasos de sus acompañantes están todavía intactos.

  • No, no lo escuchaba. Eso me hizo pensar por un momento que estaba loco. Ella estaba preocupada por mí, porque todas las noches me levantaba a buscar el origen de ese ruido áspero y doloroso que no me dejaba dormir. Me tenía muy perturbado. Pero esa noche, fue ella quien me despertó. «Ese ruido, me dijo, tapándose los oídos. Parece una rata. Es como me lo describías, ahora lo escucho, es horrible». Yo había tomado una pastilla de benzodiacepina para poder dormir y no sé si fue por eso, pero esa vez no escuché nada.
  • ¿Usted no lo escuchaba?
  • No, por eso no quise levantarme. Estaba medio dormido y la verdad, harto de no poder dormir por ese chillido. No oírlo esa noche era una bendición. No escucho nada, le dije, duérmete por favor. Pero ella sí se levantó. Agarró un palo y bajó, me dijo que venía de abajo. Teníamos un palo al costado de la cama, por si acaso alguna vez veíamos a ese animal inmundo.
  • Pero entonces, sí suponían que podía ser una rata.
  • Nunca se supo, ¿entiende? Nunca se supo. Yo digo rata porque se parecía a ratos, pero las ratas no emiten ese sonido metálico y, además, dejan huellas en la casa, en la cocina. Nunca vi nada. Jamás probaron el veneno.
  • Sígame contando Ernesto por favor, disculpe por interrumpirlo.

El hombre bajó la cabeza. No pudo continuar. Los ojos se le llenaron de lágrimas y no dejó de llorar hasta que lo llevaron de vuelta a su casa. Su hermano le habló a su amigo.

  • La parte que sigue ya te la conté Miguel, déjalo así por ahora. Para él fue espantoso encontrar a su mujer en la cocina con el vientre desgarrado y desangrada al día siguiente. El corte de unos 40 centímetros parecía hecho por las uñas de un animal salvaje.

Lima, 2 de noviembre de 2020

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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