La caballerosidad es muy criticada en los últimos tiempos, sobre todo en los sectores feministas radicales. Es un comportamiento visto de soslayo, porque muchas veces es una muestra de poder y dominio del “macho” ante la mujer. La caballerosidad es calificada como un gesto poco honesto que de forma subrepticia, busca marcar dominio en el territorio ajeno.
Pero, creo que la caballerosidad engloba una serie de actos y características de cortesía, nobleza y generosidad. En ese sentido, “caballeros” seríamos también las mujeres que buscan construir con sus actos generosos, un lugar más justo y humano.
Caballero medieval, la acepción más conocida de caballero, tiene un sentido más romántico e idealista. Caballero era el hombre de gran hidalguía, que trabajaba para el soberano, sacrificándose por actos nobles, como la verdad, el amor, la religiosidad, la justicia y el honor.
¿Es Miguel Grau, nuestro Caballero de los Mares, un mito creado para aliviar los escasos triunfos de la armada nacional y nuestro patriotismo desvaído?, ¿el cuento que nos narran a nosotros niños ilusos, para emocionarnos ante la falta de un padre? (gobierno justo). No sé bien y no me importa tanto llegar a la verdad. Pero en el intento de develar el misterio, me remito a la experiencia, a la práctica, para saber si realmente esto fue así.
En una cena con colegas chilenos, recuerdo que cuando el pisco había adormecido sus cortezas cerebrales, empezaron a sacar a la luz su antiperuanismo y hostilidad (no creo que la mayoría sea así, pero existe gente idiota de todas las nacionalidades). Intentaron atacar a todos los guerreros y héroes estudiados en el colegio; a mi Túpac Amaru, a mi Brujo de los Andes, mi Francisco Bolognesi, hasta que llegaron a Miguel Grau. En ese momento levantaron sus copas y dijeron que por él sí alzaban sus copas y brindaban, “por el último y único caballero de nuestra Armada Naval, él único que no era un cobarde…”. Por supuesto que no hubieran pensado lo mismo y otra hubiera sido la historia si es que retrocedíamos unos años y como combatiente, les hubiera mandado a volar los sesos en vez de salvarlos.
Por esto, creo que las connotaciones y virtudes personales, en gran parte son subjetivas y relativas a las personas que son beneficiadas con las acciones y actitudes.
Pero, ¿quién es este personaje que no se cansó de escribir cientos de cartas a su esposa Doña Dolores y que en cada retorno a casa procreaba un hijo (tuvo diez y esto no debe haber sido nada romántico parar doña Dolores), un Grau que mientras resistía los embates de la guerra al mando del Huáscar, pensaba en su familia, un Grau que escribió a la viuda e hijos de su oponente manifestándole casi, casi, “disculpe usted, he matado a su esposo, me siento terriblemente compungido” ( todo esto, por si acaso no es invento, existen las cartas).
Por eso, decidí hace un tiempo viajar a Piura para buscarlo y preguntarle personalmente. Ingresé al museo dedicado a su memoria. Una estatua de bronce sentada en una banca.
– Dígame Don Miguel ¿fue usted un Caballero…?
– No Juana, perdón dama.
– ¿Todo fue una mentira entonces?
No me respondió. Se convirtió en bronce y prefirió llevarse consigo su leyenda.
Lima, octubre de 2023
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