Cuentos

El Pocho

Acababa de llegar a Toronto y me fui de frente desde el aeropuerto hasta la casa de mi amigo Max. El bueno de Max, tan generoso, me había ofrecido prestarme su casita por esta semana en que yo debía venir a esta ciudad y él estaría en Ontario. Era perfecto.

Su casa quedaba en Follis Avenue, era un precioso chalet de dos plantas y fachada rústica, casi oculto por un árbol de tronco grueso e infinitas hojas verdes y amarillas ubicado en la entrada, y que lo sobrepasaba en altura. Era mucha casa para mí y no me quedaba cerca de Front Street, donde estaba el centro de convenciones, donde debía estar de lunes a viernes. Tendría que caminar unos diez minutos hasta la estación del metro, me dijo Max, de ahí media hora hasta SkyWalk y otros diez minutos a pie hasta mi destino. Pero, en fin, me ahorraba unos buenos dólares, siete días de un Airbnb y eso era fantástico.

Cuando llegué, lo último que esperaba encontrar en esa calle, justo al frente, era un restaurante latino. Pero ahí estaba, en un lindo rincón del cruce con el pasaje Max Hartstone, la simpática terracita al aire libre de El Pocho Antojitos Bar. Eran las cinco de la tarde y estaba sin desayunar ni almorzar. Me venía a pelo tener un restaurante a diez pasos y, además, encontrarlo abierto. No había más que hacer.

El sitio era encantador. Sus paredes recubiertas de madera, los cactus y velas por doquier, sus colores al estilo de Frida Kahlo creaban un ambiente acogedor. Para empezar, me pedí una margarita y una porción de aguacate frito, las que vienen con mermelada de jalapeño. Eso para entretenerme, mientras me preparaban unos tacos de carne asada como plato de fondo. Siempre adoré la comida mexicana.

Después de ese banquete pecaminoso, el primero y último del día, mi cabeza me devolvió las preocupaciones que me trajeron aquí. No había querido pensar en el Congreso porque quería disfrutar el momento, la semana previa había sido demasiado tensa y no quería sentirme abrumado en mi primer día en Canadá. Pero la mente juega sola su partido a veces y, sin proponérmelo, me devolvió a la realidad.

Pese a todo, quise recorrer el barrio primero. Salí del restaurante y me dirigí a la avenida Bathurst, una calle ancha de doble vía, separada por la línea del tranvía, muy concurrida y poblada de tiendas. Caminé algunas cuadras hasta llegar a un parque bonito que llevaba el nombre de dos personas que, después me enteraría, fueron filántropos muy queridos por la comunidad local. Luego di media vuelta y regresé a la casa. Debía concentrarme en mis asuntos.

El congreso empezaba al día siguiente, quería aprovechar para cerrar varios temas pendientes de mi oficina antes de meterme de lleno en este asunto. Además, octubre es un mes frío por aquí, y con una temperatura de 8° la vida nocturna no me resultaba atractiva.

Esa noche trabajé hasta la tres de la madrugada. No me había inscrito en ninguna conferencia en especial porque no había tenido tiempo ni de repasar el programa. Ya me enteraría al día siguiente, todos los temas sobre investigación y tecnología me interesaban. Además, vine a hacer contactos, esa era mi misión sagrada, ya sabía a quién debía abordar y qué negocios debía proponerles. Si tenía éxito, me ganaría un ascenso en la oficina, una gerencia. Había hecho ya bastantes méritos y lo de ahora sería la coronación. El japonés. El señor Haruto, ese era clave. Era el ponente principal y debía abordarlo antes que cualquier otro. La empresa se jugaba mucho con estos contactos. Una alianza con la empresa de Haruto Yamagawa sería un sueño hecho realidad. Algo bueno tenía que salir de esto.

Me levanté temprano. Max me había dejado la cocina bien surtida, había café, pan, jamón, queso, mermelada, fue un desayuno agradable. Alisté mi maletín, mi laptop y salí a tomar el metro. Hice el trayecto que me indicaron y llegué justo a tiempo. Una vez allí, corrí hasta el auditorio principal.

Me llamó la atención ver carteles anunciando otro evento. Pero bueno, este centro de convenciones era gigantesco, de seguro habría varios eventos en simultáneo. Lo que no esperaba era ver a mi jefe en la fila para recibir credenciales. Lo vi de lejos y me pareció que era él. Y, en efecto, había sido él. Nos saludamos ambos con cara de extrañeza.

— ¿Qué haces aquí?, le pregunté. ¿No tenías que ir al congreso en Michigan?
— Sonrió con sarcasmo y me dijo: el que tenía que ir a Michigan eras tú. Dime más bien qué haces tú aquí en Toronto.
— Acá es el congreso de investigación, tecnología e inteligencia artificial, le dije, enseñándole el programa, ¿acaso no sabes? ¡Tú me has enviado aquí!

Él tomó el folleto y me dijo, estirando su dedo: ¿Qué dice aquí? En efecto, decía Michigan. Mi congreso era en Michigan.

— ¿Tu secretaria no te organizó el viaje? ¿Por qué te compró boletos para Canadá?
— No, le dije, los compré yo, ella me pidió adelantar sus vacaciones para este mes.
— ¿Le diste vacaciones? ¿Justo en la fecha de los congresos? ¿Tú te ibas a hacer cargo de todo?

Iba a decir que sí, pero preferí callar. Era verdad, mi secretaria antes de irse me dijo que podía organizarme el viaje desde su casa. Yo, con mi cabeza puesta en diez lados a la vez, le dije no te preocupes, disfruta tus vacaciones, yo me encargo de todo, mientras escribía un correo en mi laptop. Pensé ahora en los mil quinientos dólares que invertí de mi plata para venir hasta aquí y que la empresa no me devolvería. En los encargos y contactos que no haría, en las consecuencias que eso tendría para mí cuando regrese.

Cuando mi jefe recibió su credencial quizás se sorprendió de no verme detrás suyo. O quizás no. Para entonces yo ya no estaba en la fila, estaba de regreso a mi chalet. En el metro, mientras cruzaba a toda máquina Spadina Avenue, pensaba en los vasos de tequila y mezcal que bebería en El Pocho. Solo por si acaso mi memoria necesitara una ayuda extra para olvidarlo todo.

Lima, 5 de noviembre de 2021

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

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