Naddia Altamirano

Viaje alrededor del mundo

Todos los veranos, jugábamos en la defensa ribereña del río, la estrecha llanura pegada al río Rímac, cubierta por desmonte y carrizos, desde allí, avizorábamos el mundo que se hallaba al otro lado del cauce. Desde ahí disfrutábamos nuestra niñez, ajenos al peligro de vivir al borde.

Las salidas típicas de fin de semana no existían, tampoco los paseos familiares. Tal vez perdimos cosas valiosas para una infancia feliz o tuvimos suerte y fuimos felices con cosas simples, correteando entre piedras y plantas silvestres.

Un buen día, nuestro padre nos sorprendió con una noticia en el desayuno.

— Hay una feria en Lima muy buena, es en San Miguel-— el nombre sonaba lejano como otro país.
— Levántense temprano. No lleven nada, vamos a caminar bastante, debemos estar ligeros de peso. Nada de chompas que olviden tiradas por cualquier lado.
— ¡Hará frío! — se quejó mi madre.
—Son muchachos— respondió él.

Mi padre solía tener respuestas prácticas ante las preocupaciones. Una vez, ella le encargó el cuidado de mi hermano bebé, mientras iba al mercado. Cuando regresó a casa, luego de una hora, encontró al bebé llorando desconsolado en su cuna.

—Cómo lo dejas llorar así, le increpó.

Sin despegar los ojos del periódico, respondió con tranquilidad —Está bien que llore, le ayuda a desarrollar sus pulmones.

El día de la feria, mi hermano y yo estrenamos overoles hechos por mi madre en su máquina de pedal. En el bolsillo de la pechera, nos puso un pañuelo y una galletita en una bolsa de papel. “Por si tienen hambre”.

Teníamos ocho y once años y era nuestra primera salida con papá. Emocionados y a la vez expectantes por lo que esa salida podría convertirse, tomamos el microbús verde en dirección a la plaza Bolognesi. En el trayecto mudo, observamos por las ventanas como el paisaje se trasformaba de chacras a ciudad gris.

Luego de varias horas, llegamos al Centro de Lima.

— Sólo faltan unos pocos kilómetros para llegar a la feria.

Nos explicó que recorreríamos los kilómetros faltantes, con la fuerza y agilidad de nuestras piernas. A lo largo del camino, aprendimos el nombre de las iglesias y las plazuelas.

—Hoy no almorzaremos, pero tomaremos dos refrigerios: ahora y a las 4:00 pm.
—¿Qué vamos a comer? Mi hermano pego sus narices al vidrio de una panadería, mirando el café y los dulces que ahí servían. Algunos niños de la mano de sus padres comían helados.

Torcimos la avenida y nos paramos frente a una bodega con toldo.

— ¿Quieren conocer mi lonchera de las 11:00 am?
— Claro papá— mi hermano acarició los dulces del exhibidor.

Aclaró la garganta y se dirigió al vendedor:

—Deme cuatro plátanos y cuatro panes tolete.

Recibimos nuestro fiambre y nos sentamos en una vereda. Comimos callados.

—El tolete no tiene mucha miga como el francés, la miga produce bichos, comentó.
—¿Y el plátano? —pregunté.
— Lo comen los deportistas después de cada jornada de nado o partido de futbol. Las bebidas, las tomaremos en la feria, seguro encontraremos algo.

Llegamos a la feria. En el ingreso, colgado de las columnas gigantescas del recinto, un letrero luminoso decía: Bienvenidos a la… un número que no recuerdo, a la Feria Internacional del Pacífico. Nos tomó de las manos animándonos:

— Pasen, vamos a hacer nuestro viaje por el mundo.

La feria era un espacio donde invitados de diversos países hacían una exhibición de su historia, su arte, pero sobre todo de su industria y manufactura con equipos, maquinarias y productos traídos de sus lugares de origen.

Cada año, se apuntaban más países y aquella vez, estarían: Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Uruguay, México, Panamá, Estados Unidos, Canadá, Italia, España, Francia, Suecia, Alemania, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Bélgica, Japón y La India. Cada país tenía su propio stand o pabellón.

Nos dejamos conducir por el amplio campus. Nos volvimos locos con los souvenirs y folletines, en el recorrido de los países, en cada uno nos explicaron las virtudes que podíamos encontrar. Gente vestida con sus ropas típicas, repartían dulces, lapiceros, libretitas y llaveros.

En Estados Unidos ganamos un juego de puntería, unos deliciosos helados y un pase doble para los juegos de la feria.

— No tienen la edad—indicó el hombre que hacía pasar a los juegos. Mi padre le dijo algo al oído, el hombre nos miró fijamente y nos advirtió: la única regla es que no se suelten de los estribos, sino mueren.

Primero, ingresamos a un juego, no recuerdo el nombre, un cilindro gigante que giraba a gran velocidad, en donde nos quedamos suspendidos pegados en la pared, ahí perdimos las galletas de nuestro bolsillo, no le dimos importancia. Luego, conocimos el Tagadá, un platillo giratorio, donde la gente hacía malabares para llegar al centro demostrando equilibrio a pesar de los remezones.

La mayoría de personas se aferraban a las barandas, más con las sacudidas del juego, iban quedándose sin prendas. Agradecimos mil veces, estar bien forrados con nuestros overoles. Gritábamos de miedo, adrenalina y alegría.

A las 4: pm no teníamos hambre, mi padre nos llevó a un lado.

— Aquí está su almuerzo. Nos extendió un pan baguette gigante a cada uno, abrió los panes por el medio y colocó dos lonjas de jamonada, sirvió leche chocolatada de bolsa en unos vasitos de techonopor.

Seguimos nuestro periplo hasta las 7:00 pm. Luego enrumbamos nuestro largo viaje de retorno. Llegamos dormidos. Cargados como prendas de vestir colgadas de sus hombros, nos llevó desde el paradero hasta la casa.

— ¿Cómo les fue, comieron?, preguntó con angustia mi madre.
— Creo, les gustó, atinó a responder.

Ese día, no sólo fue mi primer viaje alrededor del mundo, sino aprendí sobre soluciones prácticas ante la escasez. Gracias Capitán fantástico.

Lima, enero de 2023

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Psicóloga que se ha desempeñado en el área educativa y social comunitaria en instituciones privadas y estatales entre ellas el MIDIS, COARs y proyectos sociales de la Fundación Telefónica y ONGs, tanto en trabajo de campo, de orientación clínica y de coordinación dirigido a niños, niñas y familias. En todas las labores ejercidas en diversos espacios, le ha interesado sobre todo observar, escuchar y conocer la naturaleza humana, asombrándose siempre de sus creaciones y misterios. De lo que se siente más orgullosa es haber logrado "una habitación propia" y haber redescubierto, la placentera soledad de leer y escribir. Ejerce paralelamente, la experiencia de ser mamá de Cristóbal, el descubridor de mundos. Sin proponérselo, ha participado en una publicación colectiva de relatos escritos para El Mundial de Escritura, «Relatos Valientes de mentes peligrosas» (2021). En «Secretos del arte de narrar» (2018), selección de relatos de un taller dictado por Petroperú, se publicó su primer relato.

2 Comments

  • Edy Ruth Guzmán Acquarone

    Querida Naddia, primero Felicitarte por tus dos primeros libros escritos por ti y estoy segura que fue el inicio de toda una historia sorprendente que acaba de comenzar.
    Sigue para adelante que nada te haga desistir.
    Gracias por la bella historia viajando por el mundo es maravillosa y me has echo revivir algunas anecdotas de mi vida.
    Gracias amiga linda y te deseo de corazon muchos e increibles Exitos.
    Feliz 2023. ❤

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