Relatos

Revisión de cuadernos

La verdadera educación consiste en obtener lo mejor de uno mismo.
Mahatma Gandhi (1869-1948)

Los niños estaban sentaditos alrededor de sus mesas, con sus cuadernos abiertos y levantando la vista para mirarme con curiosidad. Era el visitante extraño. ¡Buenos días, profesor!, fue el grito de bienvenida que habían lanzado al llegar a una señal de su maestro, un hombre de mediana edad, sencillo, cordial y de pocas palabras. No habrían más de veinte, todos de primer y segundo grado de primaria. Estaban bien abrigaditos y varios tenían cubierta la cabeza con gorritos de lana multicolores. El frío de Huancavelica solía ser mortal entre junio y julio.

Que lindo dibujas, ¿lo sabías?

Fue lo primero que me atreví a decirle cuando encontré una sencilla ilustración después de recorrer varias páginas de su cuadernito. Un cuaderno atiborrado de palabras mal escritas, evidentemente copiadas, ajado y sucio hasta decir basta. El niño sonrió y bajo su cabecita, avergonzado. En cada escuela que visitaba me había hecho el hábito de hablar con los niños, no solo con el maestro. Como diría Tonucci, necesitaba ver el aula también desde sus ojos. Como los vi con los cuadernos sobre la mesa, se me ocurrió pedírselos.

Acá veo otro dibujo, ¡y hasta lo has coloreado! Oye, eres todo un dibujante.

La sonrisa del niño se hizo más y más ancha, hasta el borde de la risa. Sus dientecitos apretados, sus ojitos chinos, sus cachetes rosaditos, su pelito desordenado, el rubor y la alegría del niño contagiaron al resto del grupo que empezó a sonreír con él. Yo también sonreía. Le devolví el cuaderno, le acaricié la cabeza y en el mismo instante en que me lo recibía, los demás niños cogieron los suyos, se pusieron de pie y los colocaron delante de mis ojos. Querían que también los revise. Qué momento tan glorioso fue ese.

Entonces el profesor, que estaba al lado mío observando la escena en silencio, dijo en voz alta: usted disculpará profesor esta cochinada de cuadernos.

La magia del instante se rompió. La desazón, el desconcierto, la indignación, de pronto se trenzaron y en segundos me invadieron la sangre. Estaban sucios, es verdad, pero el desorden de sus páginas eran el indicador perfecto del tipo de cuidado que esos niños estaban recibiendo. No me provocaban horror sino tristeza, no me hablaban del niño sino de la persona que tenía a mi costado. Solo los dibujitos, pequeños, modestos, esforzados, apenas coloreados con crayolas desgastadas que desbordaban las líneas, como queriendo contagiar de alegría el resto de la hoja, echaban un poquito de luz al conjunto. Mis ojos se detuvieron allí, porque sentí que era el único lugar donde ese niño aparecía, mostrándose a sí mismo.

Le ruego profesor que no vuelva expresarse así y menos delante de los niños.

Al final, la frase me salió educada. Si su insatisfacción era sincera, si de verdad le importaba, ¿qué estaba haciendo para ayudarlos? La enorme cantidad de hojas maltratadas y rellenas de dictados hablaban por sí solas. Solo estaba dejando correr el agua, como si las limitaciones de los niños fueran un destino irremediable contra el que no valía la pena luchar.

Me senté en una sillita y continué la revisión de cuadernos, rodeado de niños ávidos de recibir un elogio, una palabra amable, algo, cualquier cosa, que revelara algo bonito de sí mismos, para vivir por un instante una experiencia nueva, quizás desconocida y a la vez sanadora, que les permitiera reconocerse de otro modo.

Hermann Hesse decía que nadie nos puede dar nada que no exista ya en nuestro interior, que solo pueden ayudarnos a hacer visible nuestro propio universo. La única condición para hacer eso, pienso yo, es creer sinceramente que siempre hay dentro de uno -por encima de cualquier limitación- cosas de gran valor, aunque fuese en semillas, semillas necesitadas de agua y de sol.

Lima, 31 de julio de 2022

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Soy docente, estudié la carrera en la Pontificia Universidad Católica del Perú; una maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado (Chile); y una maestría en Educación con mención en Políticas Educativas y Gestión Pública en la Universidad Antonio Ruíz de Montoya (Perú). Hice también posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), en Periodismo Narrativo y Escritura Creativa en la Universidad Portátil (Buenos Aires). Soy actualmente profesor principal en el Innova Teaching School (ITS) y Director de la revista virtual Educacción. Soy coautor de tres libros de cuentos: «Nueve mujeres peligrosas y un hombre valiente», «Relatos valientes de mentes peligrosas» y «Veintitrés mundos: Antología valiente de relatos peligrosos». He publicado recientemente el libro de cuentos «Amapolas en el jardín» (2022).

4 Comments

  • Rosa Ysabel Vite Regalado

    Hermosa experiencia Dr. Luis Guerrero, el trato con los estudiantes debe ser con amor, los docentes debemos motivar sus aprendizajes.

  • Caridad Lara Rosadio

    Cuando eres un verdadero maestro, aprendes de tus niños, mientras les enseñas. Cada día es una nueva emoción que te toca al corazón

  • Esperanza Vasquez

    Luchito una linda experiencia que me transporto cuando era profesora de Aula en una Comunidad de Espina Cuzco , vi reflejado los niños, con sus caritas y manos rajadas por el Frio y me acuerdo que a sus cuadernos les ponían lanitas estiradas y encima una piedra cuando sus hojas se doblaban, algunos niños tenían sus cuadernos forrados con cuero de llama y oveja y otros con pajas utilizaban sus recursos de su comunidad para conservar sus Reliquias que eran sus cuadernos. Eran muy creativos .Valoremos sus trabajos de los Niños .

  • Qué reflexión me embarga, Luis... "Solo sé, que nada sé" Sócrates

    Interesante reflexión. Los maestros y maestras necesitamos actualizarnos constantemente en las habilidades emocionales. Gracias Luis Guerrero

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